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Desigualdad y tarifas públicas

Las fluctuaciones de la macroeconomía también tienen efectos distributivos nocivos

03 mayo de 2018

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

En los últimos años reverdecieron los trabajos que resaltan aspectos variados de la desigualdad de los ingresos y de la riqueza. En parte, la discusión perdura porque el problema de la distribución del ingreso a nivel global no ha tendido a mejorar a la misma velocidad que, digamos, la baja en la pobreza o en la indigencia. Las mediciones sugieren que, en un mundo con todavía baja movilidad social, los propietarios, los capitalistas rentistas, y los súper ejecutivos se llevan una proporción desmedida del producto total, dejando al resto con una porción cada vez menor. En algunos países desarrollados, una élite que representa el 1% (y a veces el 0,1%) de la población acumula una cantidad insultante de riqueza e ingresos. La relevancia del tema es tal que ha sido estudiado y documentado por economistas de la talla de Thomas Piketty, Joseph Stiglitz y Branko Milanovic.

Pero hay dimensiones menos trabajadas sobre la desigualdad, que suelen aquejar a los países no tan desarrollados, y que tienen que ver con las alternativas disponibles para cada grupo social ante las fluctuaciones económicas. Cuando se producen cambios continuamente en el funcionamiento macroeconómico, los que tienen más posibilidades de adaptarse a ellos son los que disponen de mayor financiamiento, de un elevado capital social, de fuertes lazos políticos o de mejores contactos con las grandes empresas. Con toda probabilidad, estos privilegios corresponden casi exclusivamente al decil más alto de ingresos o de riqueza de la sociedad. Cuando la red de contención social básica funciona, los más pobres podrían en principio contar con un sostén básico que le permita sortear las consecuencias de estas fluctuaciones, pero las clases medias bajas, que no necesariamente están en esta situación de alta emergencia, deben reconsiderar la situación con cada cambio, y trabajar para buscar una solución a los nuevos problemas.

En los países donde las mutaciones son muchas y son permanentes, como Argentina, sobrevivir para la clase media se vuelve un desafío más o menos continuo. En los días que corren, el protagonista principal ha sido el fuerte ajuste de las tarifas públicas. Asumiendo que la tarifa social es efectiva para cubrir a los sectores más vulnerables, el impacto directo de la suba se concentra en las capas medias por la ponderación que ocupan estos gastos en su estructura de compra, muy superior a la del decil más rico. Pero a esto hay que sumarle un impacto indirecto, que es tan o más importante.

A la hora de recibir el impacto de las tarifas, los hogares afectados pueden optar por ajustar su gasto en servicios públicos para no pagar una factura tan cara. Y aquí es donde los más pudientes disponen de muchas más opciones. Por ejemplo, si una familia de buen pasar tiene dos aires acondicionados, o varias estufas, puede optar por apagar algunos de estos artefactos. Pero si se dispone de un único aire o una sola estufa, apagarlos tiene un efecto equivalente a carecer del servicio. Amontonar la comida en una sola heladera puede ayudar a ahorrar a los pudientes, pero los costos de no usar su única heladera pueden ser enormes para la clase media-baja. La suba del costo del transporte puede decidir a un ejecutivo a utilizar más su auto al dirigirse al trabajo, pero esta opción no está disponible para los que no tienen coche.

Lo que complica más las cosas es que incluso un hogar con la decisión firme de planificar coherentemente su presupuesto se suele sentir entrampado por los vaivenes de la política económica. Y en el caso que nos ocupa, sin duda hay decisiones que se hubieran tomado con mucho mejor criterio de haber contado con la seguridad de un costo de tarifas más o menos previsible.

En suma, los continuos cambios en la política económica, hoy representados por los ajustes de tarifas, tienen efectos directos e indirectos sobre la distribución del ingreso, en especial entre las clases sociales medio-bajas y altas. Y estas consecuencias deben tenerse particularmente en cuenta, porque se trata de impactos que no pueden ser compensados por políticas sociales focalizadas.

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