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La confusión de Trump y el error de Stiglitz

Las irónicas y certeras observaciones que hizo semanas atrás el premio Nobel Joseph Stiglitz acerca de la gestión del Presidente de los Estados Unidos obligan a recordar dos hechos

16 abril de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Las irónicas y certeras observaciones que hizo semanas atrás el premio Nobel Joseph Stiglitz acerca de la gestión del Presidente de los Estados Unidos (“La confusión de Trump sobre el comercio”, Project Syndicate del 5/4/2018) obligan a recordar dos hechos. El primero, que la Academia Sueca sólo lo distinguió por los aportes y trayectoria que aquilataba dentro de su especialidad profesional, algo que no dice nada acerca de cuales son sus pergaminos o versación para terciar en otras ramas del saber. Tanto el Jefe de la Casa Blanca, como los asesores del calibre de Peter Navarro, tampoco parecen navegar con solvencia en los campos minados de la política comercial, donde el conocimiento específico importa tanto o más que las grandes definiciones. El segundo, que asuntos como el proteccionismo reglamentario no se arreglan con una difusa voluntad política, o con maniobras de intimidación de tercera categoría. En especial cuando gobiernos como los de Corea del Sur, México y quizás China se ven dispuestos a ser pacientes y responder con buena voluntad propia a los arrebatos y demandas más sonoras de Washington.

Stiglitz debería imaginar que lo anterior es un espejismo y que la tolerancia asiática no es debilidad, ni una cualidad eterna, sino escasez circunstancial de mejores opciones. El propio habitante de la oficina oval debería convencerse de que negociar con Pekín es algo más complejo que escribir un tuit.

Algunas publicaciones especializadas dicen que la renegociación del Nafta podría despejar el gran nudo que se halla en las reglas de origen para la industria automotriz, apelando a la noción de uniformar niveles y costos de retribución laboral, al asegurar que Manuel López Obrador, el candidato antiestablishment con mayor intención de voto en las elecciones presidenciales de México, habría indicado simpatía por esa receta. Pero López Obrador aún no está sentado en el Palacio Nacional y predecir sus reflejos o desempeño no es tarea de principiantes.

El otro socio del Nafta, Canadá, está bastante furioso con la incertidumbre Trump. El diario más influyente de ese país, el Globe and Mail de Toronto, decía, el 15/4/2018, que el Presidente de Estados Unidos se parece a un niño que va por una gran juguetería y que, en cierto momento. arma un Lego descomunal para luego agarrar un bate de béisbol y hacerlo puré. Alega que en distintas horas del día Trump dice que es necesario reconstruir el Nafta o reingresar al Acuerdo Transpacífico y un rato después exige condiciones incumplibles en ambos frentes, lo que induce a sus socios comerciales a buscar nuevas alternativas de vida mientras Washington decide qué hacer con la suya.

El presidente Xi Jinping y el Gobierno de Corea del Sur también indicaron su voluntad de flexibilizar y aumentar las importaciones originadas en la industria automotriz estadounidense, lo que siempre debe escucharse con atención y beneficio de inventario.

En todo caso Stiglitz alega que las reyertas de Donald Trump con China a causa de las recíprocas amenazas de aplicar fuertes restricciones al intercambio de aluminio, el acero y una enorme bolsa de otros productos que tienden a generar el umbral de una guerra o guerras comerciales, empezará por dañar la competitividad de los que fabrican productos de mayor valor agregado a partir del posible encarecimiento de los insumos nacionales, algo que no supone ganancia para las industrias del país, para la ocupación de mano de obra local y obviamente para el bolsillo de los consumidores (sobre lo que ya comentó mi colega Eduardo Ablin). Tal escenario augura que lo que deje de exportar China pueda llegar de otro proveedor mundial y que, al final del día, el escenario de Estados Unidos no cambie gran cosa o cambie para peor.

Stiglitz también acierta al señalar que una parte de esas tribulaciones se originan en el desdén que el magnate inmobiliario y sus apóstoles prodigan a los “arreglos” (acuerdos) multilaterales de comercio y a la Organización Mundial de Comercio (OMC). Tales diagnósticos son bastante populares en el mundo de los economistas y en la élite gobernante de casi toda la OCDE y el Grupo de los 20.

Lo que no resulta tan fácil de entender es por qué un intelectual experimentado como Stiglitz asegura que “la OMC fue creada para adjudicar disputas” (sic), una explicación que ningún especialista respetable en materia de política comercial, se animará a compartir, citar o plagiar. La oportuna visita al Artículo III del Acuerdo de Marrakech le habría permitido confirmar que esa organización fue establecida para crear y aprobar reglas de comercio, o más precisamente para facilitar y liberalizar el comercio (lo que el ex secretario de Estado Cordell Hull ya en los 40's llamaba rules for the road) y generar compromisos legales de acceso al mercado. Entonces, cuando el ganador del Nobel dice que el mecanismo de aplicación contractual (enforcement) es la razón de ser de la OMC, es como si afirmara que el objetivo principal de cualquier sistema de vialidad terrestre no se construye para facilitar el desplazamiento del tránsito automotor y de peatones, sino para decidir qué infractores deberán pagar las multas. Algo que suena a ridículo porque es ridículo.

Ese mecanismo de aplicación, el Entendimiento sobre Solución de Diferencias que en la actualidad es sistemáticamente saboteado por Washington, sirve para catalogar a la OMC como un foro contractual y efectivo, donde el “que las hace las paga”, bien sea compensando el daño que engendró con la creación de nuevas opciones de comercio, o con la simétrica pérdida de una cuota equivalente de su comercio, proporcional al que destruyó cuando optara por violar sus obligaciones legales.

Durante casi setenta años el ex GATT y la actual OMC ayudaron a fomentar una constante y elevada expansión del intercambio, la prosperidad y el desarrollo global lo que, en las últimas décadas, fue bien aprovechado por las naciones en desarrollo, en especial las localizadas en Asia. Pero tal realidad comenzó a patinar cuando Estados Unidos decidió abandonar sin más el Consenso de Washington y tiró por la borda su liderazgo geopolítico y económico porque, usando la expresión de Adrián Suar, su clase política descubrió que “no garpa” defender el librecomercio cuando uno tiene la divisa sobrevaluada por exceso de consumo artificial, insuficientes ahorros propios y una demencial tasa de endeudamiento público, lo que supone que ya no está en condiciones de competir con solidez dentro o fuera de su mercado. No en balde la imagen de Trump y estos datos centrales de la vida económica y cultural, son calificados como la argentinización de Estados Unidos, lo que sin duda no es un elogio.

Menos mal que Argentina no pierde tiempo en anécdotas y apuesta estoicamente a la noción de reinsertar el país en este mundo.

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