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“Una conducción centralizada hubiera funcionado mejor”

El Economista dialogó con Jorge Pazzi Economista (Profesor de la Universidad Nacional del Sur)

02 marzo de 2018

Entrevista a Jorge Pazzi Economista  y profesor de la Universidad Nacional del Sur Por Alejando Radonjic

En una entrevista a fondo con El Economista, Jorge Pazzi, profesor de la Universidad Nacional del Sur (UNS), ofrece su mirada sobre diversos temas: el desempeño del gabinete económico, la persistencia inflacionaria, el amenazante déficit externo, el lento mercado laboral y el conflicto distributivo latente en la sociedad.

Una de las novedades que trajo Cambiemos, además del gradualismo, es la ausencia de un ministro de Economía plenipotenciario. Un primus inter pares. Con veinticinto meses de gestión a cuestas, ¿hace falta uno o esa suerte de división del trabajo y especialización funcionó?

Una conducción centralizada hubiera funcionado mejor que la estructura ministerial que se eligió. Mauricio Macri optó por el gradualismo ?decisión que comparto?, lo cual favoreció el manejo de las expectativas en tanto que esto es mucho más difícil ante un shock. Sin embargo, esto no quiere decir que sea posible desentenderse del todo de esta cuestión, dada la enorme magnitud de los desequilibrios que se querían corregir de manera gradual y la necesidad de emitir señales que sirvieran para coordinar las expectativas de los agentes económicos. Con más de media docena de ministros opinando sobre cuestiones que atañen a la economía, no resultó fácil coordinar el mensaje oficial a medida que los agentes verificaban la inconsistencia entre sus expectativas y los efectos distributivos de las medidas que iba tomando el Gobierno. Por otra parte, la ausencia de un primus inter pares implica que ante propuestas divergentes dentro del conjunto no haya el que“corte el bacalao” al final del día. Esto puede generar mucho ruido en el proceso de toma de decisiones, y añadir confusión en la formación de las expectativas. Ultimamente, se evidenció el rol decisivo de la Jefatura de Gabinete, pero no me parece que sea un esquema superior a otro con la presencia de un ministro de Economía.

Pasemos a los indicadores, ahora. La gran mayoría opina que la desinflación es un fracaso porque, por un lado, la inflación tendencial de 25% no baja (más allá de la retracción interanual de 2016 versus 2017) y, por el otro, las metas se incumplieron en 2016, 2017 y no pintan muy bien en 2018. Sin embargo, algunos pocos plantean que desinflar con ajustes de precios relativos (dólar y tarifas) es virtualmente imposible y, por lo tanto, son algo más compasivos con la persistencia inflacionaria. ¿Cuál es su visión?

Bajar la inflación y corregir precios relativos mientras se vuelve a crecer ha sido extraordinariamente difícil, como lo muestra la Historia Argentina de las últimas décadas. Pero, además, los últimos episodios en lo que ello se intentó fueron los posteriores a una crisis de magnitud, en tanto ahora se intenta sin crisis. Inicialmente, el Gobierno miró poco esa historia y apeló a teorías de la inflación equivocadas, lo que lo llevó a subestimar la magnitud de las dificultades que enfrentaba. El Gobierno ahora parece estar convenciéndose de la presencia de inercia en procesos de inflaciones moderadas como la nuestra. Esa inercia se mantuvo porque, aunque hubo una nueva conducción del BCRA que dijo que iba a bajar la inflación, los agentes siguen poniendo los precios como antes. Por las dudas, porque no confían en la capacidad del BCRA para lograr su objetivo. Pero volvamos en la retracción 2016/17 que usted señala. El año pasado, el Gobierno logró corregir algunos de los precios regulados llevándolos a niveles más consistentes con el equilibrio de largo plazo. Eso es inflacionario. La economía, por otra parte, creció en la zona del 3%, lo que también genera presiones inflacionarias. El IPC, no obstante, bajó alrededor de 13 puntos en un año. Que esto se haya instalado como una mala noticia es claramente un error de comunicación del Gobierno. Podemos discutir cuanto tuvo que ver el comportamiento del tipo de cambio durante el año para impulsar esa caída en los precios, lo cual fue central sin dudas; pero las expectativas negativas sobre la inflación que se profundizaron también estuvieron alimentadas por el no cumplimiento de las metas que se autoimpuso el propio BCRA, la cuales lucían incumplibles de movida. Me temo que en esto se puede

tropezar con la misma piedra. El Gobierno es demasiado optimista con sus targets de inflación, de manera no justificada. Un sendero de desinflación más prudente sería consistente con la evidencia empírica en inflaciones similares, y más fácil de hacer compatible con las expectativas de la gente.

Varios colegas suyos empiezan a alertar crecientemente sobre el frente externo como “el” talón de Aquiles del modelo de Cambiemos: el déficit comercial, el déficit turístico y el atesoramiento minorista están firmes y el “financiamiento” es posible gracias a las megaemisiones de Luis Caputo. ¿Cómo ve ese frente?

Complicado. Una vez más, estoy convencido, que el sector externo va a expresar las restricciones fundamentales que enfrente la economía. Es preocupante que las cantidades exportadas son equivalentes a las del 2005, y que la Cuenta Corriente ? que, como se sabe, es igual al ahorro del resto del mundo cambiado de signo ? tenga resultado negativo desde 2010. Si bien no es la primera vez que la economía argentina muestra un desequilibrio externo de este tipo, lo novedoso del caso actual es que estamos asistiendo a una profundización de ese rojo externo mientras la economía está prácticamente estancada desde el 2011, y con caída del PIB per capita. Hasta ahora pudo ser financiado. Claro que, tomando deuda por 6% del PIB por año para financiar el déficit fiscal en pesos, es obvio que la cuenta de intereses va a subir. La baja relación deuda/PIB ayuda en la coyuntura actual, pero sabemos que el finan

ciamiento no es eterno y que, en algún momento, pueden cambiar las condiciones en que nuestra economía accede a ese financiamiento, teniendo en cuenta que aumenta la incertidumbre a nivel internacional sobre el comportamiento de la Fed. Con importaciones aumentando si se aspira a seguir creciendo, hay que impulsar fuertemente las exportaciones para revertir la tendencia actual y no está claro cuál puede ser la fuente de esa expansión. A un comportamiento incremental de las commodities agropecuarias podría volver a sumarse el petróleo, además del litio y la minería del norte argentino. También otras economías regionales y servicios basados en el conocimiento, aunque en este caso fuertemente dependientes del tipo de cambio real, cuyo aumento sostenido está condicionados por cuestiones de economía política.  La sustentabilidad externa, entonces, depende de la velocidad a la que aumente la generación de bienes y servicios exportables visà-vis con el momento en el que empiecen a cambiar las condiciones en que los mercados internacionales estén dispuestos a prestarnos.

¿Cómo está viendo el mercado laboral? Parece estar mejorando, pero, igual que el programa económico, con gradualismo. En criollo: se crea muy poco empleo. ¿A qué se debe y qué debe hacerse para acelerar esa rueda fundamental?

El comportamiento del mercado laboral es mediocre, aunque lejos de los anuncios sobre “despidos masivos” y “destrucción permanente de puestos de trabajo” que se esgrimen desde la oposición. El crecimiento de la demanda de empleo apenas acompaña al de la población, comportamiento que viene desde el gobierno anterior. Es seria esta situación porque la creación de empleo es la otra gran necesidad de la economía argentina, junto al aumento de las exportaciones que discutíamos antes. En este sentido es un desafío complejo, porque los sectores que logren uno de esos dos objetivos probablemente no sean los mismos que permitan alcanzar el otro. Baste señalar que la construcción, por ejemplo, es uno de los impulsores de la recuperación del empleo, mientras que la recuperación de las cuentas externas requiere mayor inversión en el sector transable (especialmente exportables). El mejor incentivo es el crecimiento, que lleva a que crezcan también las empresas y aumenten así su demanda de trabajo.

“Mientras se mantiene la protección a la población vulnerable, se debe convencer al resto de los argentinos que son menos ricos de lo que creen ser”, escribió en Clarín hace algunos meses. ¿Cómo se aplica esa pedagogía y la que está haciendo el Gobierno?

Cuando escribí eso estaba pensando que casi el treinta por ciento de nuestros compatriotas está debajo de la línea de la pobreza y que, consecuentemente, debía ser objeto de protección por parte de las políticas públicas. Hoy no puede disponerse de las malas alternativas que se utilizaron en oportunidades anteriores: atrasar el tipo de cambio para abaratar la canasta de consumo popular, o impulsar el empleo público para sustituir la baja demanda de empleo privado. Hay que proteger a los más necesitados repartiendo la cuenta entre el setenta y pico por ciento de la población que no es pobre. Por eso señalé en la nota que usted cita que para eso se necesitaba a la política: para poner de acuerdo a la gente. Claro que estaba pensando no sólo en el Gobierno, sino en todo el sistema político para lograr ese acuerdo que incluyera a sindicatos y empresarios dispuestos a postergar reivindicaciones sectoriales de corto plazo. Porque se trata de un conflicto distributivo persistente y de larga data, que surge como consecuencia de que las aspiraciones de ingreso de gran parte de la población son inconsistentes con las posibilidades productivas de nuestra economía. Resulta difícil procesar ese conflicto, porque a nadie le gusta, por ejemplo, que le aumenten las tarifas domiciliarias. Mire si no la reacción de la clase media al respecto. Creo que, si a ese tipo de resistencia se antepone un consenso amplio de los actores centrales del escenario nacional, es probable que el malhumor tienda a atenuarse y pueda ser absorbido por el conjunto de la política. Es muy difícil, pero mantengo la esperanza.

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