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Los costos de ignorar la política

Pretender que un gobierno se inmole con un ajuste draconiano parece ser la mejor estrategia para que retornen aquellos a quienes Espert responsabiliza por la decadencia

21 marzo de 2018

Por Ignacio Labaqui (*)

Algunos economistas suelen acusar con razón a los políticos de ignorar la restricción presupuestaria y la restricción externa. El concepto de populismo macroeconómico que Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards acuñaron hace casi 30 años alude a ello precisamente. Ellos definen al populismo macroeconómico como una estrategia económica que procura el crecimiento y la redistribución del ingreso subestimando los riesgos de la inflación, el déficit fiscal, la restricción externa y la reacción de los agentes económicos frente a políticas fuertemente contrarias al mercado.

Ahora bien, así como muchas veces los líderes políticos subestiman la restricción presupuestaria y la restricción externa, no pocos economistas parecen desconocer que la política económica no opera en el vacío, que las restricciones políticas existen, y que, si bien los gobiernos a menudo sienten la tentación de volverse complacientes y diferir medidas impopulares pero necesarias, gobernar es algo más que soplar y hacer botellas.

En su columna “No hay conciencia sobre los costos de aplicar la receta del gradualismo” publicada en La Nación el 17 de marzo, José Luis Espert afirma: “En diciembre de 2015 no había restricciones políticas para hacer un inventario de la herencia recibida y revertir los desmanes fiscales del kirchnerismo”. ¿Es realmente así? ¿Alcanzaba con realizar una cadena nacional, dar cuenta de la herencia recibida y luego anunciar las medidas necesarias para corregir el desequilibrio fiscal heredado ?que coincido era y es necesario revertir?

Pocos gobiernos han llegado al poder en Argentina con tantas restricciones políticas como el de Cambiemos. Repasemos los hechos.

En primer lugar, Mauricio Macri ganó las elecciones con un mandato débil de parte de la sociedad. En la primera vuelta de octubre 2015 no solo no fue el candidato más votado, sino que obtuvo el apoyo de solo un tercio del electorado. En la segunda vuelta triunfó frente a Daniel Scioli, pero por un margen exiguo, lo cual refuerza la idea de un mandato débil.

Como suele suceder con los presidentes entrantes, la popularidad de Macri creció notablemente luego de la segunda vuelta, de la mano del optimismo que generó en la sociedad el cambio de ciclo político. Pero esa popularidad se habría evaporado rápidamente si Macri hubiera aplicado un fuerte ajuste fiscal al comienzo de su gestión. De hecho, presidentes latinoamericanos que ganaron elecciones de manera más contundente, vieron caer su popularidad de manera dramática luego de anunciar medidas necesarias, pero altamente impopulares. El ejemplo obvio es el de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, cuya popularidad nunca se repuso luego de anunciar “El gran viraje”.

Así como muchas veces los líderes políticos subestiman la restricción presupuestaria y la restricción externa, no pocos economistas parecen desconocer que la política económica no opera en el vacío

En segundo lugar, Macri es el primer presidente desde 1983 que comienza su presidencia sin contar con mayoría en ninguna de las dos cámaras. Un dato más a tener cuenta: Macri lidera un gobierno de coalición que encima es minoritaria. Macri no solo debe obtener la cooperación de parte de la oposición para implementar su agenda legislativa, sino que también debe asegurarse el apoyo de sus aliados. Sobran ejemplos tanto en la historia argentina como latinoamericana reciente acerca de los problemas que acarrea el quiebre de la coalición de gobierno. Agreguemos el carácter novedoso que la elección de Macri presenta para la política argentina: se trata del primer presidente democráticamente electo desde la sanción de la Ley Saénz Peña que no proviene ni del peronismo ni del radicalismo. Y a ello cabría agregar el hecho harto conocido que ningún gobierno no peronista surgido de elecciones libres ha sido capaz de completar un mandato presidencial desde 1928.

Un tercer elemento a considerar es “la calle”. Cambiemos no cuenta con organizaciones con capacidad de movilización, de la que sí disponen los sindicatos y los movimientos sociales. El poder de “la calle” no puede ser subestimado. Como muestran los trabajos de Kathryn Hotschtedler o Aníbal Pérez Liñán, las manifestaciones callejeras han desempeñado un rol crucial en los colapsos presidenciales ocurridos en América Latina tras la ola democratizadora de los años 80.

Finalmente, cabe destacar la relevancia de la “la transición sin crisis”. Para la sociedad argentina, 1989 y 2001 constituyen el parámetro de crisis económica. Una administración que asume en un contexto de crisis económica expuesta (como fue el caso de Carlos Menem en 1989) suele contar con una mayor tolerancia de parte de la sociedad a la hora de aplicar medidas duras. Ahora bien, si la sociedad percibe dificultades económicas, pero no una crisis expuesta, difícilmente haya tolerancia para medidas heroicas o ajustes fiscales draconianos.

La idea de que solo basta con explicitar la herencia a través de un mensaje en cadena nacional para que la sociedad comprenda la necesidad y las bondades en el mediano plazo de un ajuste draconiano peca de una candidez extrema. Supone que al grueso de la población le interesa la política y que destinará parte de su tiempo a escuchar un mensaje presidencial plagado de cifras, y que encima anunciará malas noticias, eso sí, prometiendo que luego de vagar por 40 años en el desierto, finalmente llegaremos a la tierra prometida. Aunque a algunos les resulte una verdadera sorpresa, la realidad es que las cadenas nacionales no suelen suscitar el interés del grueso de la ciudadanía y son para el ciudadano promedio una invitación al zapping.

En su ya clásico trabajo sobre el populismo macroeconómico, Dornbusch y Edwards señalaban que quienes aplicaban este tipo de políticas económicas lo hacían bajo la creencia de la ausencia de restricciones. Los economistas partidarios del shock fiscal inicial tienen un problema similar: son incapaces de percibir las restricciones políticas, o bien las consideran solo una excusa para diferir medidas impopulares.

Creer que las restricciones políticas son inexistentes y que solo es necesario que el jefe de Estado le hable a la ciudadanía evoca lo expresado por Guillermo O'Donnell en su clásico artículo sobre las democracias delegativas. En las mismas, el presidente rodeado con un grupo de tecnócratas, aislado de las presiones sociales y de espaldas al congreso, administra la amarga medicina del ajuste a través de decretos legislativos, aprovechando su popularidad inicial. El previsible fracaso del ajustazo inicial deja al presidente desamparado: una vez dilapidada la popularidad, el jefe de gobierno queda a merced de un Congreso reacio a la cooperación con quien inicialmente se comportó de modo prepotente. De ser todopoderoso el presidente pasa a penar hasta esperar en el mejor de los casos el fin de su mandato constitucional. Casos como el de Fernando Collor de Melo en Brasil, Jorge Serrano Elías en Guatemala y Carlos Andrés Pérez Venezuela ?o entre nosotros la breve estancia de Ricardo López Murphy en el Ministerio de Economía- nos recuerdan el precio que pagan quienes ignoran las restricciones políticas.

El triunfo de Cambiemos en las elecciones de octubre de 2017 redujo sin duda la incertidumbre en torno a la gobernabilidad, reforzando el escudo legislativo del presidente. Pero, así y todo, Cambiemos sigue sin gozar de mayoría en el Congreso por lo cual sigue requiriendo de la cooperación de una parte de la oposición para implementar su agenda legislativa. Si mantener la popularidad es clave para cualquier gobierno, más aún lo es para los gobiernos de minoría. Es bastante obvio que a medida que decae la aprobación presidencial aumentan los costos de negociación en el Poder Legislativo.

Ignorar la existencia de restricciones políticas y pretender que un gobierno se inmole practicando un ajuste draconiano no solo es no entender nada de política, sino que parece ser la mejor estrategia para que en 2019 retornen aquellos a quienes Espert responsabiliza principalmente por las décadas de decadencia.

(*) Analista político y profesor en la UCA y UCEMA

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