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La “seca” no da tregua

Sus efectos sobre la demanda agregada, la actividad económica y los ingresos fiscales serán claramente negativos

Héctor Rubini 22 febrero de 2018

Por Héctor Rubini Economista e investigador (USAL)

Las contingencias climáticas siguen castigando al agro argentino. En el caso de la región pampeana, las variaciones extremas del régimen de lluvias de los últimos 2-3 años cobraron mayor relevancia en la presente campaña. El fenómeno de baja drástica del caudal de lluvias no era inesperado. Desde el año pasado se conocen algunos pronósticos y advertencias sobre el impacto del fenómeno “La Niña” (un marcado enfriamiento de la capa superficial del Océano Pacífico) con síntomas recién incipientes: fuerte descenso de la nubosidad y de las lluvias en los meses de verano, que podría prolongarse en un otoño en el que no es de descartar una llegada del frío antes que lo habitual (digamos hacia fines de abril).

Las condiciones de giro de alta humedad, lluvias y anegamientos a meses de verano y otoño más secos que el promedio de las últimas décadas han significado una reducción del área sembrada de granos gruesos. Las altas temperaturas no se vieron moderadas por un régimen de lluvias “normal”, de modo que es inevitable la caída en el rendimiento por hectárea a cosechar.

Según el último informe del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), la cosecha de soja de este año caería de 57,8 millones de toneladas del año pasado a 54 millones, la menor desde la campaña 2014/2015. Sin embargo, ante la persistente falta de lluvias en gran parte del área sembrada, no pocos traders locales esperan una caída a poco más de 50 millones de toneladas, especialmente si se prolonga la actual sequía unas 2-3 semanas más, hasta cierta “normalización” de las lluvias. De observarse este fenómeno, será inevitable un impacto negativo en la producción y exportación de harina y aceite de soja y girasol, y también en la de maíz y sus derivados.

Las consecuencias inevitables: menor volumen exportado, menor ingreso de divisas y menor ingreso disponible para buena parte del interior del país

No es de descartar que esto permita sostener cierta recuperación del precio internacional, dado que el primer productor mundial, Estados Unidos, está atravesando un invierno en extremo frío, pero predominantemente seco. La insuficiente humedad y el relativamente bajo nivel de lluvias podría prolongarse hasta el próximo verano boreal, afectando también el área sembrada y el rendimiento de los futuros cultivos de soja y otros granos gruesos. Sin embargo, todavía no es del todo claro que el potencial efecto precio positivo más que compense el resultante de una menor producción, y el de una caída en el volumen exportado.

En el caso de la soja, un descenso de la producción local a poco más de 50 millones de toneladas de grano podría reducir la producción de aceite a 7 millones de toneladas (el USDA pronostica 8,6 millones) y la de harina de soja a poco más de 28 millones de toneladas (el pronóstico de USDA es de 34,1 millones para esta campaña). El volumen exportado también debería ajustarse hacia abajo. El USDA ha pronosticado para este año exportaciones 8,5 millones de toneladas de grano, 5,6 millones de toneladas de aceite, y 31,2 millones de toneladas de harina. Con un descenso de la producción de grano de soja a poco más de 50 millones de toneladas, las exportaciones se apenas aumentarían a unos 7,5 millones de toneladas de grano, con caídas en las ventas de aceite a 4,3 millones de toneladas, y en las de harina a 25 millones de toneladas de harina. Con relación a la campaña del año pasado significaría una caída de 13,5% en la producción de grano de soja, 13,6% en la de aceite, y 12,8% en la de harina de soja. Con respecto a las exportaciones de grano el volumen se mantendría estancado respecto del año pasado (USDA hasta ahora pronostica un aumento de 14,9%), pero las de aceite caerían 17,5%, y las de harina 18,2%.

En el caso del maíz y del girasol, el panorama no es muy diferente. Todavía no hay signos claros de que los cultivos más tempranos hayan resistido razonablemente el duro clima de este verano.

Los precios, como es de esperar, están hacia la suba. En la Bolsa de Rosario se registró una nueva suba ayer en la cotización de la soja (a $ 6.050 la tonelada), acumulando un alza del 27% desde principios de este año. En el mercado de Chicago la falta de lluvias en nuestro país ha sido un factor de mayor peso que el buen volumen de la cosecha brasileña. Allí los futuros sobre harina de soja llegaron a sus máximos desde mediados de 2016, impulsando a la suba a los futuros de granos a U$S 380,02 por tonelada en marzo y U$S 384,16 para entrega en mayo.

En el caso del maíz, las perspectivas son de suba, si bien algo menores, pero el panorama para la producción no es alentador. Si bien en septiembre del año pasado la mayoría de las proyecciones auguraban un aumento de la producción de 39 a 41 millones de toneladas, no pocos corredores de cereales manejan pronósticos de caída a 38 millones Las consecuencias inevitables: menor volumen exportado, menor ingreso de divisas, y menor ingreso disponible para buena parte del interior del país. Sus efectos sobre la demanda agregada y la actividad económica, y los ingresos fiscales serán claramente negativos. Guste o no, buena parte de los pronósticos algo optimistas del año pasado sobre el crecimiento del PIB y de las exportaciones para este año, deberán ser corregidos invariablemente hacia la baja. Algo que, de repetirse el año próximo, renovará las incipientes dudas sobre la efectiva capacidad de generar divisas para cancelar de manera permanente y sin apremios, los vencimientos futuros del creciente stock de deuda pública externa, tanto de origen nacional como provincial.

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