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Profundizar los cambios

30 diciembre de 2016

Tras doce años de un modelo que llegó con lo justo, el Gobierno intenta hacer un cambio de régimen económico. El desafío central es vencer la inflación, fomentar el ahorro interno y emprender un ciclo de crecimiento de la inversión para sostener el consumo. Sólo así Argentina podría vencer la historia de volatilidad en el crecimiento económico que alternó ciclos muy expansivos que devenían en profundas recesiones con severos impactos en la estructura económica y social del país. Sin dudas que la herencia fue pesada y le quitó grados de libertad a la actual administración, pero entendemos que se dieron importantes avances en pos del objetivo de lograr un sendero de crecimiento estable. No es momento de retroceder sino de profundizar los cambios.

Repasemos

Un año atrás el debate económico giraba en torno de cómo salir de la “trampa” que había dejado el ciclo kirchnerista. El desafío era encontrar la salida evitando una crisis de balance de pagos. La combinación de atraso cambiario, falta de crédito externo, múltiples tipos de cambio y escasez de reservas internacionales ubicaban al frente externo como el problema más urgente. Era una bomba de tiempo. En un segundo plano quedaba el ajuste de tarifas, el desequilibrio fiscal y estancamiento del nivel de actividad. Claro que evitar una crisis era una condición necesaria aunque no suficiente para que Argentina retome un sendero de crecimiento que se había detenido en 2011.

Con este marco, en los primeros seis meses de gestión, el gobierno encaró una agenda tan dolorosa como necesaria. Salida del cepo, devaluación y rápido acuerdo con los holdouts le permitió al país volver con éxito a los mercados financieros y aprovechar la enorme liquidez global. La llave del financiamiento externo fue clave para contener el ajuste del tipo de cambio al tiempo que le permitió al Gobierno encarar un plan muy gradual de ajuste fiscal y limitar el uso indebido de la “maquinita”. Precisamente, en frente externo fue donde mejor desempeño mostró pues se despejó rápidamente “la restricción externa”.

El plan también intentó un ajuste de precios de tarifas con un doble objetivo. Por un lado, terminar con el enorme atraso de tarifas e incentivar la inversión en un sector olvidado durante el kirchnerismo, al tiempo que buscó reducir los subsidios para aliviar la gran carga fiscal (5% del PBI).

Además de buscar reducir los subsidios, el Tesoro atacó el frente fiscal con una combinación de menor carga tributaria (redujo las retenciones, el impuesto a las ganancias y el devolución de IVA a jubilados y a quienes reciben planes sociales) con ajuste de gasto. De hecho, sólo las erogaciones en subsidios sociales fueron las que ganaron participación en el PIB mientras que el resto tuvo la primera caída en más de una década.

Por el lado de la política monetaria, se optó por un rotundo cambio de régimen en el que el BCRA pasó de tener objetivos múltiples a sólo uno: cuidar el valor de la moneda. Para la desinflación estableció un esquema de metas de inflación, siendo la tasa de interés el principal instrumento. Lograr tasas de interés positivas es un aspecto clave para fomentar el ahorro y la bancarización de manera de aumentar la disponibilidad de crédito a largo plazo para que pueda ser destinado a proyectos de inversión e hipotecarios. La nueva cultura monetaria incluyó limitar la asistencia al Tesoro y dejar que el tipo de cambio flote lo más libre posible.

Los buenos gestos de ordenamiento macroeconómico completaron con una nueva inserción global, alejándose de Venezuela y acercándose a Estados Unidos y a Europa, al tiempo que hizo un más que saludable saneamiento del Indec. Todos aspectos que se orientan a mejorar el clima de negocios.

Costos y desafíos

Está claro que este camino no está exento de costos que se potenciaron con errores propios del gobierno al momento de la aplicación de las medidas. En pleno ajuste de precios relativos, la inflación se disparó en el primer semestre. Las subas de tarifas golpearon muy fuerte en los salarios reales y derrumbaron al consumo que tuvo el peor desempeño desde la salida de la convertibilidad. A esto se sumó el fuerte incremento en las tasas de interés que complicó el financiamiento de las empresas, especialmente las Pymes. Estos dos factores, le dieron un duro golpe a la demanda agregada y profundizaron la recesión.

Se va un año agitado en materia macroeconómica. Si bien el desempeño del nivel de actividad fue muy pobre y muy alejado de las expectativas que el gobierno había exacerbado, los avances han sido muy importantes, siendo lo más destacable que la Argentina está migrando hacia un nuevo régimen sin crisis y con las instituciones democráticas funcionando a pleno. Con este marco de fondo, creemos que en 2017 se podrán cosechar los frutos. Nuestra principal apuesta es el rebote en la inversión, esperando un salto similar al que tuvo el país en 1993 y 2003, en un contexto en el que la caída de la inflación permitirá la recuperación de los salarios reales y el crecimiento del empleo le darán impulso al consumo privado. Prevemos un año con importante crecimiento que le dará aire a las cuentas públicas, clave para disipar las dudas sobre la sustentabilidad fiscal.

Al fin y al cabo, no es tiempo de cambiar sino la de profundizar los cambios para retomar un sendero de crecimiento estable y vencer la volatilidad. Es un camino con espinas en el corto plazo que dependerá de la madurez de todos los actores para transitarlo.

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