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Llega el mini-Davos: se trata de una luz de esperanza

El foro puede ser el punto de partida para recuperar posiciones perdidas en términos de crecimiento, bienestar y de indicadores de competitividad. Sin embargo, los desafíos regulatorios para mejorar las condiciones de las actividades empresariales aún son variados.

Héctor Rubini 12 septiembre de 2016

por Héctor Rubini (*)

Entre mañana y el jueves se desarrollarán las actividades centrales del Argentina Business & Investment Forum, que reunirá a más de 1.500 ejecutivos de empresas de 65 países. Durante estos días, los participantes debatirán sobre las oportunidades que se abren en nuestro país para realizar inversiones a largo plazo.

Los números

Si bien oficialmente se habla de compromisos de inversiones extranjeras directas entre U$S 25.000 y U$S 35.000 millones en los próximos 12-18 meses, retomar un sendero de crecimiento con una tasa de inversión superior al 20% anual exige no menos de U$S 50.000 millones anuales de nueva inversión bruta interna.

La llegada de divisas para compra de acciones de unidades de negocios en marcha es insuficiente. Volver a crecer por cuatro años o más a no menos de 4% anual difícilmente se logre sin duplicar, al menos, el gasto público en capital y sin triplicar la inversión privada, de origen nacional o extranjero. El deterioro de la infraestructura y del capital físico indica a todas luces que Argentina debe dejar ya de “comerse” el capital heredado si quiere crecer y mejorar el nivel de vida de su población.

Las claves

Dos décadas atrás se observó un boom de inversiones de origen nacional e internacional que no se volvió a repetir. El secreto fue simple: cambio de reglas de juego, adopción de un ambiente jurídico- político favorable a las actividades empresariales gracias a la desregulación de mercados y la privatización de empresas públicas, y la apertura de la cuenta corriente y la cuenta de capitales de la balanza de pagos. El boom de las inversiones atado a las reformas de mercado y las privatizaciones fue efímero, comenzó a apagarse poco después de la crisis bancaria contagiada desde México (el llamado “efecto tequila”). Una política fiscal permanente expansiva, acompañada de una creciente presión fiscal e incompatible con el sostenimiento de un tipo de cambio fijo, exacerbó la visible sensibilidad a shocks adversos de origen externo. Las expectativas de incumplimiento del pago de la deuda, el temor a confiscaciones de depósitos en caso una cesación de pagos del Estado y la aceleración de la destrucción de empresas y puestos de trabajo precipitaron el colapso de fin de 2001.

Sin rumbo

Desde entonces, se pasó no sólo a un régimen cambiario-monetario de flexibilidad cambiaria, sino que se resucitaron todas las vías de manipulación estatal de los mecanismos de mercado. Su efecto inicial fue disimulado por la extraordinaria llegada de divisas gracia a la suba récord de precios internacionales entre 2003 y 2007, pero la crisis subprime interrumpió esa etapa de “plata fácil” aun sin libre acceso a los mercados financieros mundiales por el default de 2001.

Sin embargo, nada de eso condujo a un boom de inversiones ni a la modernización de la infraestructura. A pesar de la creación de un pomposo Ministerio de “planificación federal”, el retorno a cierto florecimiento de varias economías regionales empezó a apagarse a partir de 2009 y las autoridades pasaron a privilegiar la maximización de votos con redistribuciones de ingresos discrecionales, sin correlato con ningunapolítica o programa coherente de desarrollo económico. La nacionalización de empresas privatizadas y del sistema previsional, la legislación para que el BCRA gire anualmente las utilidades de sus reservas internacionales al Tesoro, la sucesión de asignaciones y subsidios al consumo (y no sólo de servicios públicos), la generalización de diversos regímenes de retenciones a las exportaciones agroindustriales y la restauración de un sistema en extremo ineficiente de controles de cambios y al comercio exterior cambiaron el modo de funcionamiento de la economía.

Una tasa clave

Lo visible para el gran público era que gasto público y la emisión monetaria crecían a mayor velocidad que el PIB. Lo no tan visible fue la declinación permanente de la tasa de inversión, la desaparición de la Argentina del mapa de inversores del exterior, y la configuración de una verdadera bomba de tiempo económica y social, de la mano de una herencia para la nueva administración de un escenario de megadevaluación reprimida, y de un estallido de tarifas públicas a valores inferiores a cualquier nivel de equilibrio.

El foro de esta semana es probablemente la señal más fuerte hacia el empresariado de la actual administración respecto de sus compromisos para cambiar el rumbo de la economía argentina. Es de esperar que permita volver a colocar al país en el radar del sector privado del exterior luego de más de una década y media.

Es condición necesaria, no suficiente, pero ciertamente refleja una actitud absolutamente en los antípodas de otra administración que casi celebraba haber “plantado” a Carly Fiorina (ex CEO de Hewlett Packard) en la Casa Rosada y a Vladimir Putin en el aeropuerto de Moscú, o destruido la credibilidad en el sistema estadístico nacional.

Sus resultados, profundizados entre 2008 y 2015, hablan por sí mismos: el ranking Doing Business del Banco Mundial, que evalúa el grado en que las regulaciones favorece el desarrollo de actividades empresariales, ubica a nuestro país en el puesto 121º, sobre 189 naciones. En cuanto a la facilidad para iniciar una nueva empresa, Argentina se encuentra en el puesto 157º, por debajo de Uruguay (61º), Chile (62º), México (65º), Colombia (84º) y Perú (86º).

La agenda

Los desafíos, igualmente, que presenta la economía argentina no son triviales. A la resolución exitosa del conflicto con los holdouts, ha seguido un escenario de estanflación y de nuevos conflictos in crescendo entre las centrales obreras y el Gobierno, que debería ser superado en pocos meses, y esto no es indiferente para los hombres de negocios.

Otros desafíos, más permanentes, están relacionados con necesidades de poner la casa en orden, de una forma u otra. En las próximas semanas el FMI realizará una nueva auditoría de los números macro de Argentina según ordena el artículo IV del estatuto del organismo. Difícilmente se pueda ignorar el desequilibrio comercial, el salto de la inflación del primer semestre y la recesión en curso, pero tampoco el efecto negativo de la desaceleración de la demanda en Brasil y China, el comprometido escenario fiscal, monetario y cambiario que dejó la administración anterior, y un clima de negocios poco atractivo que ahora se está tratando de revertir. Ciertamente, este foro puede ser el punto de partida para que nuestro país recupere posiciones perdidas en términos de crecimiento, bienestar y de indicadores de competitividad. Pero los desafíos regulatorios para mejorar las condiciones para las actividades empresariales son variados y en no pocos casos conflictivos. De todas maneras, habrá que afrontarlos, y la responsabilidad de esa tarea recae inevitablemente sobre el actual Gobierno.

(*) Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas de la USAL

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