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Argentina y el miedo a flotar (revisitado)

Los riesgos de “planchar” al tipo de cambio nominal mientras los precios de los bienes no transables siguen subiendo.

16 agosto de 2016

En vísperas del blanqueo de capitales propuesto por el Gobierno, y dadas las dificultades para avanzar en el corto plazo con la corrección de los precios relativos, clave de la economía, comienza a tomar fuerza el debate sobre los riesgos de “planchar” el tipo de cambio nominal mientras los precios de los bienes no transables siguen subiendo (aunque a una velocidad decreciente).

Incluso se ha llegado a mencionar la posibilidad de repetir el esquema de políticas y comportamientos que derivaron en la crisis de 2001. En aquella oportunidad un largo período de atraso cambiario sostenido con financiamiento externo dio lugar a la crisis más profunda desde la irrupción de la Primera Guerra Mundial.

¿Vale la comparación? La comparación parece exagerada. El régimen cambiario es hoy mucho más flexible no sólo en relación a la previa a la crisis de 2001 (cuando regía la convertibilidad), sino también en relación a las grandes turbulencias financieras que Argentina vivió en su Historia (Caja de Conversión en 1914 y 1929, o tablita en 1981). Así, en los papeles la política cambiaria se encuentra en muy buenas condiciones para responder a futuras presiones al alza en el tipo de cambio.

Se podría contraargumentar que los riesgos no se relacionan con el compromiso explícito (o de jure) del BCRA en su esquema monetario sino con el costo para la economía nacional de permitir fuertes subas del tipo de cambio nominal. De allí el “miedo a flotar” en economías con tipo de cambio flexible de jure.

Al respecto, también el panorama actual es mucho más benévolo que a fines de los '90, en tanto las hojas de balance de agentes clave de la economía exhiben una exposición inusualmente baja a los movimientos del tipo de cambio. La posición financiera internacional de la economía en su conjunto es superavitaria por unos US$ 110.000 millones, y el peso de los pasivos externos asociados a préstamos y otras rentas fijas han disminuido marcadamente. Pero, además, la dolarización de los contratos entre residentes es mucho menor en relación a los episodios de turbulencia cambiaria del pasado.

Sin embargo, y más allá de los puntos ciegos en el sistema financiero (como la deuda externa de las provincias), aparece en nuestro caso otro elemento que puede restar flexibilidad al valor del peso y llevarnos a una trampa cambiaria algo distinta al “miedo a flotar” tradicional, pero que a mi entender será importante en el futuro cercano. En Argentina la pobreza crónica es de las más bajas de la región, pero la pobreza transitoria es de seguro la más alta; así, por ejemplo, durante de la última década uno de cada dos argentinos es o ha sido pobre en algún momento. Visto desde otro ángulo: casi la totalidad de aquellos que han sido pobres moderados (es decir, con ingresos per capita en dólares de PPP entre 2,5 y 4) no son pobres crónicos.

¿Por qué se relaciona con la política cambiaria? Porque los ingresos de un tercio de la población se encuentran tan cerca de la línea de la pobreza que un shock cambiario (que encarece, por ejemplo, a los alimentos) los convierte en pobres. Así, los gobiernos pueden encontrar muy costoso corregir el tipo de cambio luego de un período de apreciación si el costo social es tan alto como sugiere la evidencia de Argentina. Este miedo a flotar “social”, por ponerlo de algún modo, es hoy un obstáculo más poderoso que el convencional o “financiero”. Debemos prestarle mayor atención.

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