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Al Gobierno le tocó un mundo poco desarrollista

Gobiernos y empresas tienen una agenda común si es que aspiran a aprovechar la liquidez internacional, bajo la premisa de que no habrá dólares financieros abundantes y baratos si los prestamistas no se aseguran que el país los aproveche para expandir sus exportaciones.

31 agosto de 2016

por Jorge Vasconcelos (*)

Aunque el mensaje todavía no ha cobrado forma plena, parece claro que el Gobierno apunta a diferenciar sus políticas económicas tanto del “populismo” como del “neoliberalismo”, por lo que una forma simple de transmitir esa idea es invocar la experiencia “desarrollista” que llevó adelante el ex presidente Arturo Frondizi a partir de 1958.

Efectivamente, en aquel momento hubo una “lluvia de inversiones”, haciendo que la formación bruta de capital se incrementara 62 % en términos reales entre 1959 y 1961. Sin embargo, el contexto en el que se implementó aquella política era muy distinto al actual, ya que entre 1950 y 1973 se vivió la “edad de oro del capitalismo”, con un crecimiento acumulativo anual de 5% del PIB mundial y, además, a principios de los '60 Estados Unidos lanzaba la “Alianza para el Progreso” destinada a canalizar recursos hacia la región como respuesta a la irrupción del “modelo cubano”. Fruto de esas condiciones, el “desarrollismo” no fue un hecho aislado ya que, por ejemplo, en Brasil se aplicaba el “plan de metas” de Juscelino Kubitschek, con una expansión del PIB a un ritmo del 8% anual entre fin de los '50 y principios de los '60.

La “edad de oro” y el S&P 500

El escenario actual muestra un mundo mucho menos pujante y a países como Estados Unidos ocupados en dirimir profundas diferencias internas, que le impiden definir una agenda ambiciosa de relanzamiento de sus relaciones con América Latina. Un fenómeno que se expresa, entre otras cosas, en la falta de apoyo a propuestas de capitalización de instituciones como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Mundial (BM), que han cedido terreno frente a otros organismos, incluidos los bancos de China, a la hora de financiar grandes proyectos de infraestructura.

El PIB mundial, que en aquella “edad de oro” se duplicaba cada catorce años, ahora crece al 2,5% anual, demorando casi treinta años en duplicarse, si es que sigue a este ritmo. Las perspectivas son inciertas, ganando cada vez más adherentes la teoría del “estancamiento secular”, reflotada por el ex secretario de Tesoro estadounidense, Larry Summers.

Más allá de las especulaciones, lo cierto es que hoy en día la inversión no es la variable más dinámica de la economía mundial (ver gráfico). Obsérvese que, en los últimos dos años, mientras el Indice S&P 500 de la Bolsa estadounidense subió 12%, acciones de firmas vinculadas a la producción de bienes de capital que forman parte de ese listado han tenido un comportamiento divergente.

Desde mediados de 2014, la cotización de Boeing cayó 4%, la de IBM lo hizo 14 % y la Caterpillar, 23%. La brecha que se abrió en un par de años entre la evolución de este último papel y el S&P 500 es de nada menos que 35 puntos porcentuales, diferencia que ilustra sobre la pérdida de dinamismo de la “nueva inversión” en una etapa en la que predominan las fusiones y adquisiciones.

El impacto local

¿Podrán despegar las inversiones en Argentina en un mundo tan poco propicio para el “desarrollismo”? Los datos no justifican conclusiones tan pesimistas, pero sirven para alertar sobre la necesidad de una agenda que contemple todos los aspectos relevantes para la atracción de inversiones (locales y extranjeras). Así podrían compensarse, aunque sea parcialmente, las desventajas de este ciclo.

Sin apelar al voluntarismo, hay varias razones por las que podría esperarse una recuperación sostenida de los nuevos emprendimientos.

Por empezar, la falta de inversiones de los años previos ha generado una demanda insatisfecha notable en diversas áreas de la infraestructura. Además, parte del tiempo perdido se puede recuperar, a un costo menor, por el significativo avance de las nuevas tecnologías, que “parecen” haber sido diseñadas para un país como Argentina, tal como es el caso de los desarrollos de la fuente solar y eólica, así como las comunicaciones satelitales o los mecanismos de riego de precisión, ahorradores de energía y de agua.

La agroindustria puede encontrar oportunidades en los grandes mercados si se avanza en acuerdos comerciales y se progresa localmente en reducir el “costo argentino”, mientras que el resto de los sectores puede apuntar a recuperar market share en los países de la región: si Argentina recuperara la participación en las importaciones totales de Brasil y de los miembros de la Alianza del Pacífico que tenía en 1998, entonces estaría agregando US$ 25.000 millones/ año a sus exportaciones. Un requisito para avanzar en esa dirección es lograr una conexión en red de la infraestructura de las economías regionales para que no necesiten pasar por Buenos Aires para llegar a Lima o alguno de otros tantos destinos.

Aunque el mundo crece poco, la contrapartida es la existencia de una gran liquidez internacional. Para proyectos bien diseñados, no habrá restricción para acceder a financiamiento.

El sector público, que hoy representa el 44% del PIB consolidando las tres jurisdicciones, necesita planificar el destino de los fondos que surjan del endeudamiento para que el día de mañana haya dólares suficientes para hacer frente a los vencimientos. Si esto no ocurre, la tasa de riesgo país no podrá seguir bajando. Y el sector privado tendrá que arriesgar siguiendo las señales de precios del mercado mundial, con apuestas que le permitan ser flexible ante cambios en las condiciones, ya que no podrá acceder a recursos abundantes para proyectos dirigidos sólo a la demanda local. Por ende, gobiernos y empresas tienen una agenda común si es que aspiran a aprovechar la liquidez internacional, bajo la premisa de que no habrá dólares financieros abundantes y baratos si los prestamistas no se aseguran que Argentina los está aprovechando para expandir sus exportaciones en el futuro. Es posible que esto sea lo más parecido al “desarrollismo del Siglo XXI”.

(*) Ieral de la Fundación Mediterránea.

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