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Maldita volatilidad

Desde 2008 a la fecha, la economía argentina atravesó cuatro ciclos recesivos de diferente intensidad y con patrones disímiles.

06 julio de 2016

El proceso de ordenamiento macroeconómico iniciado a fines del año pasado está sintiendo el costo de la caída en el nivel de actividad. La aceleración inflacionaria, la suba de tasas de interés y una política fiscal más restrictiva profundizaron el ciclo recesivo iniciado en el segundo semestre del año pasado.

Los números

Enderezado el rumbo, con la inflación que comienza a ceder y con mayor financiamiento, esperamos que en la segunda mitad del año el consumo se estabilice y que la inversión despegue. Sin dudas, no serán suficientes para compensar la fuerte caída de los primeros meses, pero la mayor apuesta es dejar sentadas las bases para que el país encuentre un sendero de crecimiento estable que le permita romper su histórica volatilidad. De acuerdo a la nueva estimación del Indec (la tercera en apenas tres años), en los primeros tres meses del año el PIB cayó 0,7% (2,8% anualizado) respecto al trimestre anterior, profundizando la tendencia declinante registrada en el tercer y cuarto trimestre del año pasado con bajas de 0,4% y 1,6% (anualizadas), respectivamente.

El principal determinante de este resultado fue la muy mala performance de la inversión ante la fuerte caída en la construcción (en parte porque pasó el impulso de la obra pública preelectoral) en tanto que el privado se estancó debido a la pérdida del poder adquisitivo de las familias, tras la aceleración inflacionaria y la debilidad en el mercado de trabajo. Desde el punto de vista sectorial, salvo el pesquero y el de transporte, todos tuvieron un pobre desempeño, siendo lo más destacado la contracción que registraron el agro, la industria y la construcción. Con los indicadores adelantados de los últimos meses, estimamos que la caída del nivel de actividad se profundizó en el segundo trimestre, cerrando el semestre con una merma en tono al 3% interanual.

El futuro Pero lo pasado, pisado. En el segundo semestre proyectamos noticias más alentadoras. En primer lugar, la desaceleración de los precios, que ya se notó en junio (esperamos que el IPC registre una suba en torno al 2,5%), será acompañada con una baja en las tasas de interés que, en un contexto de un sistema financiero muy líquido, permitirá reactivar el crédito al sector privado. A esto se suma una política fiscal mucho más expansiva, en especial los gastos en jubilaciones, subsidios sociales y obra pública en tanto que el consumo se irá estabilizando tras la puesta en vigencia los ajustes salariales negociados (en torno de 35%). Será un período en el que la demanda agregada podrá recuperar algo de terreno perdido en la primera mitad del año, aunque le dejaría una buena base para el crecimiento del año que viene.

La volatilidad

Pese a estos resultados, aun previendo que la mejora del segundo semestre sólo alcance para moderar la caída del PIB a 1,5% para todo el año, vale la pena destacar que Argentina sigue repitiendo un patrón histórico en la evolución del crecimiento: la volatilidad. De hecho, tras la crisis y recuperación entre 2001 y 2004, Argentina sólo tuvo un período de “paz” entre 2005 y 2007, años en los que la tasa de crecimiento fue alta, estable y con inflación relativamente baja (aunque ya mostraba signos de aceleración).

Desde 2008 a la fecha, el país atravesó cuatro ciclos recesivos de diferente intensidad y con diferentes patrones, pero lo que deriva en inestabilidad y por ende, riesgo. Peor aún, desde 2011 al 2015 el PIB per capita cayó a razón de 0,5% por año y en los últimos cien años, no sólo creció a apenas al 1,1% anual sino que el desvío fue superior al 5%, casi un récord a nivel global.

Si bien se combinan cuestiones económicas, políticas y sociales, una de las principales razones de la inestabilidad de la actividad económica es anclar el crecimiento consumo o la inversión sin lograr un círculo virtuoso entre ambos. Esto se refleja en que el porcentaje de inversión en relación al PIB se ubica por debajo del 20% y rara vez subió por encima de 22%. Más temprano que tarde, la expansión del consumo termina presionando sobre la inflación o sobre las cuentas externas.

Así las cosas, el ajuste de precios relativos, la apertura financiera, las tasas de interés reales positivas y cierta disciplina fiscal que intenta mostrar el Gobierno deberán ser las claves para que la inversión sea el punto de partida para lograr un sendero de crecimiento estable. El objetivo de fondo debe ser reducir la pobreza y mejorar los indicadores sociales de manera sostenible. Sin dudas, será más saludable lograr tasas de crecimiento moderadas y estables a tasas de expansión chinas que terminen siendo muy inestables.

(*)Martí Polo es Economista jefe de Analytica.

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