Terminó el service, salió de boxes y ayer volvió el IPC del Indec. “Estamos dejando atrás de una manera clara y definitiva un periodo de adulteración de la estadísticas públicas”, dijo Jorge Todesca, titular del organismo, en sus palabras de apertura.
Culminaba, así, no solo un semestre de blackout y “emergencia estadística” sino casi una década de oscurantismo y mentiras que le costó a la economía más de los que muchos imaginan. El propio Todesca emparentó la intervención morenista, aunque sin mencionarlo, con “un cercenamiento a la vida democrática”.
El contexto del regreso fue notablemente sobrio. La modesta sala Eva Perón del edificio emplazado en el 609 de la Avenida Presidente Julio A. Roca de la Ciudad fue el lugar elegido para el anuncio. Como si fuera uno más. Quizás por ser algo normal y rayano en casi todo el mundo, el Gobierno evitó subirle al precio al evento.
Pero, dada la historia reciente, lo de ayer fue celebrable y más si se considera que fue una cifra “incómoda” para el Gobierno: la suba de 4,2% está lejos de ser la noticia deseada y pone un manto de dudas sobre el ritmo de la desinflación.
Las mejoras cualitativas con respecto a los anteriores IPC, sostienen los expertos, son notables y se trata de un indicador robusto, creíble y confiable, que pronto sería validado por el FMI y, más importante aún, por los agentes económicos. “Cada mes se observa una cantidad aproximada de 83.000 precios en alrededor de 4.200 puntos de recolección”, dice el informe.
Sin duda, el nuevo Indec, que deberá seguir validando sus credenciales con los futuros IPC y los demás indicadores, es un gran acierto de Cambiemos y una promesa de campaña cumplida más.
