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¿Bendición o maldición?

Si no se actúa de modo rápido y coordinado, la consecuencia de la sojización será la transformación de regiones productivas y exportadoras en una serie de bañados improductivos, rodeados de decenas de centros urbanos convertidos en bolsones de pobreza y marginalidad.

Héctor Rubini 02 junio de 2016

por Héctor Rubini (*)

El complejo sojero sigue siendo el principal generador de divisas de nuestro país. En los últimos 45 años, la creciente demanda y el mejor precio relativo incentivó su adopción como sustituto de otros granos gruesos y, finalmente, de la cría de ganado bovino y porcino.

La mayor demanda de grano de soja y sus subproductos, impulsada por China y en menor grado por India y otros compradores, dio lugar a un fuerte incremento del precio en dólares de aproximadamente US$ 200/ Tn en 2001 hasta el récord histórico de US$ 684/Tn en agosto de 2012. Luego su cotización a cayó a US$ 367/Tn en enero de este año, recuperándose hasta US$ 393/Tn en abril pasado. Aun con esos vaivenes, es notable observar que la soja ha sido el grano grueso de mejor precio en el último medio siglo. De ahí la tendencia permanente a la ampliación de la superficie sembrada con esta oleaginosa.

En el caso argentino, en la campaña 1969/1970, por ejemplo, el área sembrada con soja, maíz y sorgo era de poco más de 8,7 millones de hectáreas. Sobre ese total, el 0,4% correspondía a soja, 16,8% a girasol, el 29,4% con sorgo y el 53,4% con maíz. Para la campaña 2015/2016 la superficie sembrada con estos cuatro cultivos es aproximadamente de 26,6 millones de hectáreas, con esta distribución: 76% con soja, el 4,9% con girasol, el 3,3% con sorgo y sólo 15,8% con maíz. Pero la “sojización” no sólo obedeció a los precios internacionales. Las restricciones a las exportaciones, las regulaciones de precios y de faena de carne, y los bajos precios del litro de leche que vienen percibiendo los tamberos, tornaron aún más rentable la soja con relación a otras actividades.

La “sojización” significó el abandono de la reposición de pasturas, la desaparición casi total de la avicultura y horticultura familiar, y la masiva destrucción de árboles, y no sólo en áreas de bosques naturales. Esa destrucción de especies vegetales que permiten amortiguar el impacto de lo que hoy llamamos “cambio climático” redujo la capacidad de absorción de agua de los suelos. En la última década, y en particular en los últimos tres años, varias áreas de la llanura pampeana registran inundaciones ya permanentes y de creciente extensión que ponen en serio riesgo la viabilidad de cualquier actividad agropecuaria, y no sólo la siembra de soja.

A la sucesión de inundaciones, y tormentas inusualmente violentas en varias provincias del norte argentino en la última década, se ha sumado una preocupante y cada vez más generalizada suba de las napas freáticas en la provincia de Córdoba desde 2012, con potencial extensión a Santa Fe. Los estudios de varias entidades públicas y privadas lo venían advirtiendo desde hace algunos años, pero las sucesivas autoridades nacionales ignoraron la cuestión. Entre 2012 y 2015, el Gobierno cordobés y los municipios afectados enfrentaron el problema como pudieron, pero este año el problema se agravó por una nueva serie de lluvias excesivas.

Aun cuando no sea lo más eficiente, se pueden programar y presupuestar los gastos para contrarrestar desbordes de ríos o lagunas. Pero el comportamiento de las aguas subterráneas es menos previsible. De ahí la sorpresa y preocupación en todo el sudeste cordobés ante la aparición de enormes lagunas que han invadido áreas rurales y urbanas. Las más afectadas son las del centro y sur de los departamentos Marcos Juárez y Unión. Allí esas nuevas lagunas han arruinado a más de 75.000 hectáreas, y se siguen extendiendo, pues el agua subterránea no deja de brotar. Esto ha provocado cortes de rutas, anegamientos de cementerios y campos deportivos, y hundimientos de calles, veredas, parte de casas y hasta de edificios públicos.

Varios trabajos recientes de ingenieros del INTA de Marcos Juárez otorgan responsabilidad directa al monocultivo de soja, sin rotación con otras especies, junto a la destrucción de pasturas perennes (a lo que habría agregar una apreciable deforestación). El resultado es una reducción de la cantidad de agua que potencialmente podría absorber el suelo sin que se generen anegamientos. Otras investigaciones, de la Universidad Nacional de Río Cuarto, también asocian la cada vez menor capacidad de escurrimiento de las aguas a las prácticas agrícolas, aunque entienden que todavía no se han desarrollado modelos para verificar la relación causa-efecto entre cambios de manejo del suelo y suba permanente de las napas freáticas.

Mientras tanto, este problema no tiene solución inmediata. El escurrimiento de aguas en extensas zonas es improbable por varios meses. El anegamiento permanente y la extensión probable de áreas que no se puedan cultivar por varios años no es una hipótesis descabellada, y pone en riesgo una de las principales fuentes de divisas y de reservas internacionales. En 2015 el mayor aporte de divisas por exportaciones provino de las ventas de grano, aceite y harina de soja: U$S 17.616 millones, esto es, el 31% del total exportado por la Argentina.

Algunos técnicos ven esto como una repetición de episodios anteriores, pero mucho más acotados, en las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y la propia Córdoba, y la solución no sería dejar de sembrar soja, sino combinar soja con otros cultivos y desarrollar una red de obras para frenar al menos inicialmente el avance de las aguas.

Los recurrentes problemas en los puertos por reclamos gremiales o la pretensión de la firma Monsanto de cobrar un canon antes de cada embarque por el uso de su semilla, tarde o temprano, tendrán solución. Pero no es claro qué se hará para frenar y, de ser posible, revertir la destrucción del recurso natural básico para generar esas divisas. Esto demanda una acción urgente y coordinada por autoridades y equipos técnicos provinciales y nacionales. De lo contrario, las pérdidas de divisas y de ingresos seguirán creciendo junto al avance de las áreas anegadas.

En ese caso, la consecuencia será la transformación de regiones productivas y exportadoras en una serie de bañados improductivos, rodeados de decenas de centros urbanos convertidos en bolsones de pobreza y marginalidad. No se trata de reparar una pérdida transitoria de soja cosechada, si no el riesgo de pérdida permanente ?y quizás irreversible? de miles de hectáreas de tierra apta para soja o cualquier otra alternativa agropecuaria o agroindustrial. Si no se actúa a tiempo, van a hacer falta varios planes Belgrano y no sólo para la provincia de Córdoba.

(*) Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas de la USAL.

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