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Algunos apuntes sobre el nuevo plan económico

Shock cambiario, metas de inflación y gradualismo fiscal, la combinación elegida por el Gobierno

18 enero de 2016

(Columna de Matías Carugati, economista jefe de Management & Fit)

Finalmente, se conoció el plan del Gobierno para enderezar el rumbo de la economía. Teniendo en cuenta la herencia recibida no sorprende que la nueva Administración haya decidido implementar un ajuste (o “sinceramiento” en el léxico macrista). Lo que acaso sorprenda es la combinación elegida: shock cambiario, metas de inflación y gradualismo fiscal.

En conferencia de prensa, Alfonso Prat-Gay expuso los objetivos para los próximos años. En materia cambiaria se operará bajo un esquema de flotación administrada, mientras que el BCRA utilizará el régimen de metas de inflación. Concretamente, apuntará hacia un rango de inflación de 20-25% para este año, de 12-17% para el próximo, 12-8% en 2018 y alrededor del 5% hacia fines de 2019. Para no exacerbar el sesgo recesivo de la política económica, el déficit fiscal se reducirá gradualmente, vía un recorte neto de gastos este año y la recuperación del crecimiento en los próximos. Esto implica pasar de un rojo fiscal de 7,1% del PIB a 4,8% en 2016, para luego ir convergiendo hasta llegar a casi 0% hacia fines de 2019.

La estrategia económica no está exenta de críticas. Al margen de la esperable reprobación del kirchnerismo, algunos cuestionan, puntualmente, el gradualismo en materia fiscal. Sin embargo, criticar que no se avanza suficientemente rápido en reducir el déficit es ignorar las restricciones políticas bajo las que opera todo gobierno. Mauricio Macri es el presidente de todos los argentinos, pero casi el 49% de la sociedad votó por la continuidad del modelo anterior o una versión mejorada del mismo, lo cual limita el mandato del “cambio”. O, si quiere verse en otra perspectiva, reduce la tolerancia social a un ajuste. Si a la devaluación y endurecimiento monetario se le agregase una consolidación fiscal importante se estaría empujando la economía hacia una recesión más profunda y, acaso, más prolongada de lo que la sociedad está dispuesta a aceptar.

De todas maneras, tampoco hay margen para achicar el rojo fiscal rápidamente. Más de la mitad del gasto público se destina a jubilaciones, salarios y planes sociales. Recortar estos rubros implica comprar un conflicto mayúsculo, rifar credibilidad y darle un severo golpe a las expectativas. Avanzar sobre los gastos de capital sería una opción siempre y cuando Macri desistiera de su promesa de implementar un ambicioso programa de infraestructura que, por otro lado, es necesario para mejorar la productividad económica. Y reducir las transferencias discrecionales a las provincias complicaría las negociaciones entre el Ejecutivo y los gobernadores, que hoy tienen la llave para destrabar el Congreso Nacional. Por ello es que el Gobierno avanzará tan rápido como la restricción política lo permita (poco) y por donde menos costos termine pagando (subsidios mal asignados y el denominado “derroche”), aún cuando económicamente ello no le reporte demasiado ahorro (2,3% del PIB).

Más que centrarse en las críticas conviene preguntarse sobre las posibilidades de éxito de la estrategia. Alcanzar la meta fiscal este año no depende tanto de aspectos económicos sino de voluntad política para recortar subsidios y reordenar el gasto. No parece haber dudas de que se avanzará en esa dirección. Los objetivos para el resto del mandato dependen de que el ajuste inicial sea exitoso y la economía vuelva a crecer, lo cual hoy es difícil de evaluar.

Las dudas son más razonables en cuanto al objetivo de inflación. Teniendo en cuenta la devaluación, la futura reducción de los subsidios a las tarifas de los servicios públicos y una puja distributiva que se vislumbra complicada, un rango de inflación de 20-25% para este año es posible pero ambicioso. La clave en materia de precios será por recuperar el control de las expectativas una vez asimilado el impacto de los shocks puntuales.

Tal como está diseñado, el éxito del programa económico depende de utilizar la palanca del crédito. Si el rojo fiscal sólo se reducirá gradualmente, entonces se necesita abrir la cuenta capital de forma tal de no recostar el financiamiento exclusivamente sobre las espaldas de un BCRA ocupado en controlar la inflación (a la vez, ello ayudaría a la estabilidad cambiaria vía incremento de reservas). De lo contrario, el Banco Central enfrentará mayores dificultades para cumplir con las metas y se complicará el anclaje de expectativas. Resolver el litigio con los holdouts adquiere ahora mayor relevancia, ya que la credibilidad de la política económica está en riesgo. Y cualquier plan exitoso no sólo precisa ser consistente sino también creíble.

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