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Reemplazo y política

El nuevo Gobierno, hasta ahora, ha hecho un voto por la “gestión” y por la “gerencia”, necesario pero insuficiente

14 diciembre de 2015

El kirchnerismo ha dejado el Gobierno, pero su núcleo duro se resiste a dejar “el poder”. CFK deja una herencia que cubre todas las dimensiones de la vida social y que condicionan al nuevo Gobierno.

Una herencia se asimila (gradualismo), se rechaza (shock) o se transforma (desarrollo). Ejemplo: la Alianza heredó al menemismo y optó por la asimilación. La imposibilidad de asimilarlo generó el rechazo (shock) que llegó con el duhaldismo. Sin transformación de lo heredado no se libera la energía para el desarrollo. Una prueba de la ausencia de transformación, que arrastramos desde hace cuarenta años, es que el PIB industrial por habitante es apenas similar al de 1974.

El condicionamiento que la herencia ejerce sobre el próximo Gobierno, y sobre la construcción del próximo poder, depende de la densidad de la misma. Pero de esa densidad también depende la resistencia a dejar “el poder”.

El paso de comedia de la entrega de los símbolos, el último discurso de CFK y el disciplinamiento de gobernadores y diputados del FpV alimentan la duda acerca del grado de asociación entre “gobierno” y “poder” en el período de Mauricio Macri. ¿Las fisuras internas afectan la densidad?

El Gobierno Nacional ha sido transferido. Pero la oposición K embanderada en el desconocimiento y rechazo a lo que acaba de llegar domina el Senado, el sur y norte de la franja central del país, lo fundamental del conurbano bonaerense, las estructuras de la Administración Central, la organización universitaria y científica, y parte de la Justicia militante.

Esas estructuras resistentes son circunvalaciones que hay que atravesar para, desde el Gobierno, llegar a la periferia de la realidad. La paz de la administración futura depende de la posibilidad y capacidad de atravesar esas circunvalaciones sin confrontación. Es decir, sin que nada interfiera en las reglas de tránsito que gobiernan el paso de las decisiones, desde el núcleo central de la administración, hasta la periferia de la realidad donde se verifican los resultados materiales.

La clave de la construcción del Gobierno está en vencer la resistencia manifiesta del kirchnerismo a dejar el poder dada la fuerza de las circunvalaciones mencionadas. En los hechos y los gestos se vienen cumpliendo las amenazas de Máximo Kirchner. Hay excepciones.

La pretensión de disociar “gobierno” de “poder” se fundamenta en la disociación previa entre “acción” (realidad) e “ideas” (relato). El relato K celebra la realización de “un modelo de matriz de diversificación productiva con inclusión social”.

¿Qué dice la realidad K? No hay inclusión social con 30% de pobreza y 40% de trabajo en negro que, en doce años, no fueron revertidas porque no hubo resultados que se puedan asimilar a una “matriz de diversificación productiva”. No hubo una elevada tasa de inversión de capital reproductivo ni el consiguiente incremento de la productividad.

Si eso hubiera existido se habría manifestado en la inclusión social, que no hubo, y en la transformación de la estructura exportadora hacia valor agregado y tecnología, que no ocurrió.

Su ausencia nos puso ?sin auge de commodities? en la restricción externa que nos condena al estancamiento y a la inflación. La herencia social es la enorme exclusión. La herencia económica es la restricción externa, el estancamiento y la inflación.

Pero la herencia K se compone también de “relato K” y no sólo de “resultados K”. Ambos se bifurcan en dirección contraria. Herencia real y su bifurcación con el relato condicionan al presente. El nuevo Gobierno hereda la realidad y también un relato de la misma que es tan imaginario como atrapante.

Los resultados K son complicados, y dada la disociación de la realidad con el relato K, se hace extremadamente difícil colocar a la sociedad en condiciones de decodificar el estado de crisis de la realidad. Es que el relato K describe un paraíso imaginario de justicia, empleo y crecimiento. Entonces, cuando la realidad se haga presente será una “sorpresa”. ¿Quién será el responsable de la “sorpresa”? ¿Quién negó la realidad o el que la descubre?

El relato K ha logrado convencer de su efectiva realización a colectivos de peso mediático, intelectuales y artistas. Parte de los votos por Daniel Scioli han sido votos por el relato K a pesar de la objetiva ausencia de resultados colectivos. Pero la mayor parte de los votos fue de innumerables beneficiarios individuales de la acción directa del Gobierno. Lo colectivo, en el período, naufragó.

El nuevo Gobierno, para incorporar “poder” (atravesar la circunvalación sin conflicto), debe construir una mayoría más sólida que la obtenida por Cambiemos. Para eso tiene que mantener “los resultados” individuales y superarlos construyendo lo colectivo. Pero además debe superar conceptualmente las consignas del relato K. ¿Cómo? El relato K se ha basado en el pasado. La ausencia de futuro en su relato es la carencia conceptual que puso a su Gobierno en reversa y ajeno a lo colectivo. Nunca pudo pensar en la arquitectura de un plan de desarrollo porque ese pensar se alimenta de futuro. Esa concepción fue característica de los tres gobiernos de Perón. Vaya coincidencia: todos los gobiernos autocalificados como “peronistas” gobernaron sin “plan” y sin su ética. El plan es una cuestión moral.

En el período K el pasado fue sometido a control: los intelectuales orgánicos reconstruyeron la historia liquidando la concepción original del peronismo. Los políticos y periodistas militantes relataron lo inmediato basándose en las fantasías del Indec que construyó una estadística para ocultar la realidad material.

La energía gastada en construir un relato falso del pasado y de la estadística sacó a la gestión K de un rumbo de desarrollo. Esto no implica desconocer los méritos de muchas de las decisiones gubernamentales. Pero sí señalar que, finalmente, la ausencia de rumbo lo topó con un cul de sac.

Al llegar a su límite, la acción K arrió “la bandera” y retornó a la deuda, aunque lo niegue, como consecuencia de la restricción externa que deriva de la ausencia de un proyecto económico heterodoxo de transformación.

El kirchnerismo deja el gobierno por una derrota escasa. El nuevo Gobierno hereda la realidad. El kirchnerismo se resiste a dejar el poder alimentado por el relato K. La herencia es doblemente compleja.

Primero, porque la realidad lo es. Las condiciones mundiales y de la vecindad no son las mismas que cuando Néstor y Cristina llegaron al poder. Gracias a ellas pudieron mantener una fiesta mientras se fugaban US$ 100.000 millones.

Las condiciones internas (descapitalización, agotamiento de stocks, desvalorización acelerada de la moneda, debilidad fiscal, problemas sociales, narcotráfico e inseguridad) son más que graves.

Segundo, el relato logró que la mitad de la población desconozca, no ya la responsabilidad de Cristina sobre todos estos problemas, sino los problemas mismos obnubilados por el día a día.

El relato K convertirá a los nuevos gobernantes en responsables de los viejos problemas. Conservar el relato K hasta el último momento es la fuente de energía que le permite al kirchnerismo afirmar que no renuncia al “poder”. Se trata del “poder” de convencer que los problemas que dejan son responsabilidad de los que vienen.

Los que vienen seguramente podrán reemplazar gran parte del Gobierno (no todo), pero nada ?hasta ahora? permite imaginar que sean capaces de construir un relato de reemplazo al kirchnerismo. Mientras el relato K no sea reemplazado, la resistencia a dejar “el poder” estará bien alimentada. Más allá de la disputa pequeña entre “espacios”, el país necesita un relato sobre el futuro. Hoy es un campo vacío. El futuro se cimenta sobre la promesa vital del desarrollo de las fuerzas productivas. Ese desarrollo es un salto de la productividad y del empleo con productividad, un salto en la acumulación del capital y de la industrialización y de la transformación de la estructura productiva para lograr exportaciones del doble o triple de valor agregado en promedio.

Pero ninguno de esos saltos, ni remotamente, es compatible, hasta dentro de muchos éxitos ?es decir muchos años?, con relatos o decisiones de apertura, librecomercio y retorno a la capacidad del mercado para resolver cosas de largo plazo. El largo plazo deseado no es, ni puede ser, producto del mercado. Sólo puede ser producto del consenso y del Estado.

Si usted lo quiere de otra manera, el Gobierno que apuesta al largo plazo, al consenso y al equilibrio de la Nación desde el Estado es el que se hace del poder para la vida buena del colectivo. El apetito del futuro se alimenta renunciando al cortoplacismo. También el de la versión “gerencia”.

El nuevo Gobierno, hasta ahora, ha hecho un voto por la “gestión” y por la “gerencia”. No es malo. Necesario pero insuficiente.

Para atravesar la circunvalación que hemos mencionado y llegar a la realidad de los resultados y, más aún, para movilizar las conciencias para superar el relato del pasado y para el consenso del futuro es necesaria la capacidad pedagógica de alimentar “un proyecto sugestivo de vida en común” que es el sentido de la Nación pendiente.

El manager administra. Para construir el futuro se requiere de la política como pedagogía. El macrismo está en edad de aprender. Es hora que comprenda que “nada desaparece hasta que se lo reemplaza”, como escribió Augusto Comte.

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