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¿Cómo se puede eliminar el cepo cambiario?

El debate económico del momento

20 noviembre de 2015

(Columna de Héctor Rubini, investigador del Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas de la Universidad del Salvador)

El balotaje presidencial encuentra a la economía argentina al borde de una crisis de balanza de pagos. Si bien las reservas de libre disponibilidad del BCRA son exiguas, el próximo Presidente deberá desmantelar las restricciones a la compraventa de divisas (el cepo cambiario), y revertir el retraso del tipo de cambio real. Su impacto nocivo sobre el crecimiento económico, los incentivos a la inversión y la competitividad ya no admiten discusión alguna. El punto a resolver es cómo salir de esto.

Como hemos aprendido en los años '80, la expansión monetaria permanente para financiar consumo público y privado es inflacionaria. A menos que el peso se deprecie a la misma velocidad que los precios internos, el tipo de cambio real observado disminuye, pero aumenta el requerido para un equilibrio interno y externo sostenible en el largo plazo. Sin corrección de las presiones inflacionarias, la expectativa de aumento del tipo de cambio real incentiva la compra anticipada de dólares. Como el nivel del tipo de cambio real es bajo, el BCRA pierde dólares por el deterioro en el saldo de la cuenta corriente. Como a su vez aumenta el crecimiento esperado del tipo de cambio real, el BCRA también pierde dólares por las decisiones de inversores y ahorristas. Esto refleja simplemente exceso de demanda de bienes, exceso de oferta de pesos y exceso de demanda de dólares. Sus consecuencias: pérdida de competitividad, caída de la capacidad exportadora, y destrucción de empleo en el sector privado.

Para escapar de este escenario se requiere enfriar las expectativas inflacionarias y de devaluación del peso. Esto, a su vez, requiere reducir el déficit fiscal y su financiamiento vía emisión monetaria. Pero, obviamente, también requiere inicialmente abandonar el cepo cambiario, la pauta cambiaria oficial y el sesgo inflacionario de las políticas hoy en curso. Ahora, ¿se puede hacer esta sin provocar un salto del tipo de cambio y de la inflación? ¿Puede una devaluación nominal significar una mejora plena del tipo de cambio real, que no sea “comida” por un traslado de devaluación a inflación?

Daniel Scioli y sus economistas sugieren una estrategia gradualista: no devaluar el peso en el segmento oficial mayorista, y negociar con organismos y gobiernos del exterior la obtención (¿endeudamiento?) por unos US$ 20.000 millones hacia el mes de marzo. Si bien no han especificado qué tipo de política fiscal y monetaria aplicará, el candidato sigue dando a entender que no modificaría sustancialmente las políticas hoy en curso. Sin poner fin de manera creíble al expansionismo fiscal y monetario, no es claro por qué sería efectivo el sendero gradualista: la experiencia histórica de nuestro país no es nada alentadora al respecto.

Mauricio Macri, en cambio, parece dispuesto a eliminar el cepo cambiario, con flotación libre y mayor libertad para el movimiento de capitales. Sus economistas estarían evaluando al menos dos opciones: a) una liberación acelerada pero no de shock, sino paso a paso, con una transición que contemplaría tipos de cambios múltiples, y b) una liberación de shock, con flotación libre desde el primer día. La primera no es inviable, pero exige un programa integral y creíble en materia fiscal, monetaria, y de reinserción al mundo que permita contar en no más de 4-6 meses con un régimen fiscal-monetario ordenado, un IPC creíble, y un Banco Central independiente focalizado en metas de inflación. La transición, sin embargo, exige una inyección de dólares al BCRA por al menos US$ 15.000- US$ 20.000 millones que desaliente ataques especulativos. Su obtención inmediata, o antes del próximo 10 de diciembre es, hasta ahora, incierta.

La estrategia de shock evita desvíos y costos políticos, pero no está exenta de riesgos. Su éxito exige: 1) que la devaluación inicial se perciba como de única vez, y 2) que no se traslade a precios. Lo primero requiere la aplicación de un programa creíble de ordenamiento fiscal y monetario, acompañado por varias de las medidas sugeridas en el párrafo previo. En ese caso es crítico definir el timing del recorte de subsidios a tarifas públicas y otros gastos, y una estrategia para reducir su impacto negativo sobre el ingreso disponible. Sin embargo, el traslado o pass?through de dólar a precios, es realmente inevitable.

Algunos colegas sostienen últimamente que “la devaluación ya ocurrió” y que “los precios” en general incorporan un dólar no inferior al dólar “contado con liquidación”, hoy en torno de $ 14. Es cierto que no pocas importaciones ingresan bajo la modalidad “sin giro de divisas” y se pagan con dólares obtenidos al tipo de cambio Bolsa o “contado con liquidación”. A su vez los que no accedieron a los cupos de dólares que vende el BCRA, compran en el mercado blue a $ 15,10. En esos casos el mayor costo de la divisa se trasladó a precios, pero se trata de no más del 20%-30% de las importaciones. Su incidencia sobre los precios al consumidor es bastante inferior, y la evidencia de los últimos 3-4 años indica que hasta las estimaciones privadas de inflación mostraron subas de precios inferiores, y menos volátiles, que las del dólar Bolsa y el dólar blue. Es casi ingenuo, entonces, imaginar siquiera que una devaluación no impactará en los precios internos, y que no habrá una reacción de las centrales obreras. O peor aún: que una simple devaluación nominal, bajo ese supuesto, resuelve de un día para otro los problemas de competitividad.

Al igual que la estrategia paso a paso, el cierre de la brecha cambiaria es un requisito sine qua non, pero esto exige antes de su anuncio, contar con la certeza de acceder a fondos externos a costo mínimo, para recomponer las reservas del BCRA, junto a un programa fiscal y monetario coherente con una baja permanente de la inflación. Es cierto que sin reservas en el BCRA, es insostenible tanto el cepo como la actual pauta cambiaria con expansión fiscal y monetaria. Pero tampoco puede liberarse el tipo de cambio si se optara por pagar US$ 10.000 millones adeudados a importadores, casi US$ 2.800 millones bloqueados por el juez Thomas Griesa, y US$ 11.000 millones de utilidades retenidas en los últimos dos años por el BCRA. En el mejor de los casos, una baja de retenciones estimularía la venta de soja en silobolsas, pero no aportaría mucho más de US$ 12.000 millones. Sin un colchón adicional de U$S 15.000 millones, no es claro el rumbo del tipo de cambio.

Mucho menos cuando se observa una concentración de vencimientos entre febrero y mayo de 2016 de las polémicas ventas de dólar futuro del BCRA, a pagar con un salto de emisión monetaria que deberá esterilizarse de alguna forma. ¿Será posible sin un aumento descomunal del déficit cuasi fiscal? ¿Sería evitable en ese caso una estampida de tasas de interés, con efectos recesivos? Nadie lo sabe.

Es cierto, admitámoslo, que la eliminación del cepo cambiario no es, per se, el gran problema del país, pero debe ser removido y eso no será tarea fácil. El traslado de dólar a precios de una devaluación es inevitable. Por lo tanto, serán necesarias otras medidas adicionales para reducir el “costo argentino” y recuperar la competitividad perdida en los últimos 7-8 años. Es de desear, entonces, que el futuro equipo económico tenga un diagnóstico realista y no subestime la complejidad de la herencia a recibir. Sea como fuere, ordenar el mercado cambiario no admite ya demoras. Retornar a la senda del crecimiento con estabilidad tampoco.

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