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Ajustes fiscales

La experiencia de América Latina

02 octubre de 2015

(Columna de Matías Carugati, economista jefe de Management & Fit)

La dinámica fiscal argentina no es sostenible. De mantenerse la brecha entre ingresos y gastos, el déficit primario superaría el 4% del PIB mientras que el déficit financiero escalaría a más de 6% del PIB. Para poner las cifras en contexto, el rojo sería el más elevado en cuatro décadas. La magnitud del déficit también es considerable en comparación con otros países. Argentina finalizaría el 2015 en el tercio de economías con mayor déficit del mundo, grupo que no incluye a ningún desarrollado y apenas a un puñado de países comparables con el nuestro.

Teniendo en cuenta que un ajuste es ineludible y que, muy posiblemente, comience el año próximo, analizar la historia reciente puede ser útil para extraer algunas enseñanzas. América Latina tiene experiencia en cuanto a correcciones fiscales. Según datos del FMI, los once países más importantes de la región (más del 90% del PIB regional) realizaron 16 correcciones de su déficit primario en los últimos 25 años. Nos concentramos sobre el resultado primario y no sobre el financiero debido a que el pago de intereses de la deuda pública no puede recortarse voluntariamente excepto mediante un default, lo cual descartamos para Argentina.

Una caracterización básica

De los 16 procesos de ajuste regional, 14 lograron revertir el déficit (88% de éxito) aunque sólo en 9 casos (56%) la mejora fue sostenida por dos o más años. El caso promedio no es alentador para el político argentino, ya que la corrección comienza desde un mejor punto de partida (déficit de 2,7% del PIB), es de corta duración (2 años) y sobrerreacciona (ajusta 3,5 puntos del PIB).

Con excepción de Argentina y Venezuela a comienzos de los '90, todas las recomposiciones implicaron un aumento de los ingresos del Estado. Dependiendo del caso, en esta dinámica incidieron el entorno en el cual se realizó el ajuste (crecimiento), decisiones de política económica (devaluación), shocks positivos (subas de commodities) y reformas tributarias. Por otro lado, en casi todos los ajustes (salvo Ecuador) se verificó una reducción del cociente gasto-PIB, baja que puede asociarse a procesos de reforma del Estado (privatizaciones, adopción de reglas fiscales, etcétera) pero, sobre todo, a la expansión económica en la cual se desarrollaron estos procesos.

A priori, los datos muestran que la depreciación durante un ajuste es prácticamente similar a la suba de precios en el mismo período. O sea, que el coeficiente de traslado a precios o pass-through es casi igual a 1. Sin embargo, los resultados cambian al diferenciar por etapas. En los procesos más recientes, más relacionados con respuestas de política a la salida de la crisis internacional, el tipo de cambio se mantuvo prácticamente estable. En cambio, las consolidaciones fiscales de la década de los '90 y comienzos de los 2000 incluyeron devaluaciones reales, que favorecen a la recaudación relacionada con el comercio exterior (potenciada, en algunos casos, por la suba de las commodities). Pensando en la Argentina actual, en la medida que no se reduzca la inflación y el passthrough, la posibilidad de que una devaluación real mejore las cuentas públicas es baja.

La clave está en el crecimiento económico. De los 16 procesos de consolidación fiscal, sólo en 2 se registró una caída del PIB, aunque ello se debe a las crisis económicas de Uruguay (1999-2002) y Venezuela (2002-03). El nivel del PIB al final del ajuste era mayor que al inicio en los otros 14 casos, y sólo en 2 de éstos se verifica cierta desaceleración del ritmo de crecimiento. Esto no implica un aval a la teoría de contracciones fiscales expansivas. Por el contrario, creemos que la causalidad es inversa, ya que el crecimiento ayuda a expandir los ingresos del Estado. En los últimos 25 años, parece que América Latina siguió al pie de la letra una de las máximas de Keynes, quien planteaba que el momento apropiado para la austeridad fiscal es el auge, no la crisis.

Aprendiendo las lecciones

El mundo será menos favorable para nuestro país en los próximos años, con lo cual llegó la hora de hacer los deberes. Sin embargo, con una de las presiones tributarias más altas a nivel global, el margen para elevar los ingresos fiscales es limitado. Por el contrario, hay argumentos para considerar que una reducción de impuestos podría ser beneficiosa.

Atacar el déficit por el lado del gasto no sólo es complicado, sino que también es una estrategia con limitaciones. Más de la mitad de las erogaciones se destinan a salarios de empleados públicos, jubilaciones o subsidios sociales, siendo un recorte de estas partidas algo impensado. Además, este gasto se encuentra indexado, lo cual reduce las mejoras derivadas de una devaluación en un contexto de elevado pass-through. Incluso donde puede realizarse cierto ajuste, como en el caso de los subsidios tarifarios a la energía y el transporte, las mejoras serían marginales. Un reciente trabajo de CIPPEC estima que la reducción de estos subsidios aportaría un beneficio fiscal de entre 0,6-1% del PIB, es decir, 10-16% del déficit financiero de este año (y 14-24% del primario).

Con un conjunto de opciones limitado, la solución consiste en volver a crecer. La historia reciente en América Latina nos enseña el camino para lograr una mejora fiscal. Hay que trabajar sobre ingresos y gastos, pero en un contexto de crecimiento económico. Si el mundo y las commodities ayudan, mucho mejor. No obstante, como si fuera un espejo distorsionado, la coyuntura económica nos refleja que las ganancias derivadas de recortar subsidios son moderadas, la presión tributaria no puede elevarse, lograr una devaluación real resulta muy difícil y los commodities no vendrán al rescate. Entonces, del déficit se tendrá que salir creciendo. Menudo desafío, considerando el estancamiento económico de los últimos 4 años.

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