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¿Por qué devaluó China?

El objetivo principal fue dar a los mercados más peso en la determinación del tipo de cambio

26 agosto de 2015

(Columna de Yu Yongding. Fue presidente de la Asociación China de Economía Mundial y director del Instituto de Economía y Política Internacional perteneciente a la Academia China de Ciencias Sociales, y también se desempeñó en el Comité de Política Monetaria del Banco Popular de China entre 2004 y 2006. Project Syndicate, 2015)

El 11 de agosto, el Banco Popular de China (BPC) redujo en 1,9% la paridad central de referencia del yuan, y las repercusiones se hicieron sentir en todo el mundo. Muchos comentaristas extranjeros denunciaron la devaluación como un intento flagrante de fortalecer las exportaciones chinas y advirtieron sobre el inicio de una nueva guerra de divisas. Pero hay buenos motivos para creer que los motivos de China fueron muy distintos.

China sabe perfectamente que las guerras de divisas son contraproducentes. Durante la crisis financiera asiática de 1997, su situación económica era mucho peor que ahora, pero el Gobierno resistió la tentación de devaluar el yuan, y el país logró salir casi indemne de la crisis.

Hoy, el superávit comercial de China tendría poco que ganar con una devaluación. Al fin y al cabo, el país ya es origen del 12% de las exportaciones mundiales, de modo que seguir aumentando su cuota del total empeoraría probablemente los términos de intercambio. Y el hecho de que el comercio chino es sobre todo para procesamiento (importación de materias primas y componentes, y exportación de bienes terminados) siembra aún más dudas sobre la eficacia comercial de una devaluación.

Además, China posee enormes cantidades de activos y pasivos en el extranjero. La deuda externa de sus corporaciones no financieras asciende a un billón de dólares. La devaluación aumenta las deudas corporativas en yuanes y, por consiguiente, el riesgo de impagos y quiebras.

Pero además de conocer los riesgos a corto plazo de una devaluación competitiva, el Gobierno de China está firmemente comprometido con su objetivo a más largo plazo de cambiar el modelo de crecimiento del país desde uno basado en inversiones y exportaciones a otro impulsado por el consumo interno. De hecho, planea reducir su superávit comercial (que no deja de ser grande) y compensar el impacto negativo mediante un aumento de la demanda interna.

Los objetivos

Dados estos factores, parece probable que el objetivo de la reciente devaluación haya sido otro. Y, para determinarlo, un anuncio dado el mismo día (que pasó bastante inadvertido en medio del pánico) ofrece un importante indicio.

El Gobierno declaró que, a partir de ahora, la paridad de referencia central del yuan seguirá más de cerca las cotizaciones de contado del cierre del día anterior. Esto indica que el objetivo principal de la devaluación fue dar a los mercados más incidencia en la determinación del tipo de cambio del yuan y permitir así una reforma más profunda del régimen cambiario. En la actualidad, el tipo de cambio en China puede fluctuar hasta 2% a cada lado del valor de referencia central que el BPC fija a diario. Cuando la cotización del mercado llega a uno u otro límite de la banda de flotación, el BPC puede intervenir en el mercado comprando o vendiendo sus reservas de divisas.

Ahora los agentes formadores de mercado recibieron instrucciones de que los precios de oferta que informan al BPC deberán basarse en la paridad del mercado al cierre del día anterior, junto con las condiciones de demanda y oferta en el mercado de divisas y las variaciones de los tipos de cambio de las principales monedas (nadie fuera del BPC sabe cómo lo implementarán). Si la decisión del BPC implica acercarse a un promedio de los precios de oferta no sujetos a su intervención, entonces se está acercando a un régimen cambiario totalmente basado en el mercado.

Pero este cambio conlleva serios riesgos. Si el yuan se depreciara, digamos, 2% cada día, en muy poco tiempo la moneda podría perder el 20% de su valor, y eso bastaría para causar un pánico y provocar un rápido empeoramiento del tipo de cambio, independientemente de los fundamentos económicos del país. Por eso el BPC se reservó el derecho de influir en los precios de oferta de los formadores e intervenir en el mercado directamente.

Que es precisamente lo que hizo los días 12 y 13 de agosto, cuando una presión a la baja mayor que la esperada y el aumento de expectativas de devaluación elevaron el riesgo de que el ajuste cambiario, que supuestamente sería por única vez, provocara una desbandada. Por eso el BPC informó al mercado que la depreciación no superaría el 3%, una declaración creíble, dado que el país cuenta con reservas abundantes para estabilizar el tipo de cambio. El yuan rebotó y se recuperó la calma.

Este episodio mostró que el yuan está bajo una importante presión a la baja, que probablemente se hará más intensa conforme el BPC, en un contexto de débil crecimiento, flexibilice su política monetaria (y sobre todo ahora que la Reserva Federal de Estados Unidos está empezando a hacer lo contrario). Si a esto se suman los intentos de liberalizar la cuenta de capital e internacionalizar el yuan, puede esperarse cierta volatilidad cambiaria.

Para las autoridades monetarias, reformar el sistema cambiario sin que se produzca una depreciación descontrolada supone un serio desafío. Igualmente seria para el resto del mundo es la necesidad de alentar a China a relajar su control del tipo de cambio (aún con una devaluación considerable del yuan). Ninguna de las dos partes puede darse el lujo de fallar.

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