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No somos el ejemplo para Grecia

La experiencia argentina y la crisis griega

17 julio de 2015

En las últimas semanas, Grecia acaparó toda la atención. La crisis política, económica y social del país heleno no es un dato menor para la economía global. Si bien no debería generar una crisis sistémica al estilo de la de 2008, la incertidumbre y la volatilidad estarán presentes en los próximos meses. El contexto internacional profundizará la tendencia que vienen mostrando los principales indicadores: el dólar se fortalecerá más, los commodities pronunciarían su caída y las economías emergentes sentirán el impacto. En resumidas cuentas, malas noticias para Argentina pues el faltante de divisas se agravará.

Pese a este delicado escenario, desde el Gobierno argentino no parecen estar preocupados por este escenario y festejan el resultado del referéndum del último domingo en el que la mayoría de los griegos decidieron por el “No”. El Gobierno saluda esta decisión, pues creen que salir de la lógica del “ajuste neoliberal” no es la solución y ponen la experiencia argentina como “el modelo”. Es precisamente a esto último a lo que me quiero referir en esta nota.  Sin juzgar el camino que elijan los griegos, creo que la salida de la Convertibilidad tras el colapso de 2001 no es un ejemplo a seguir.

Vamos al punto. Una de las características principales que tiene la economía argentina es la volatilidad en su tasa de crecimiento (es una de las más altas del mundo) lo cual llevó a que nuestro país sea uno de los de menor crecimiento desde mediados del siglo pasado. A cada debilidad, una virtud: si bien tuvo crisis recurrentes, con caídas muy pronunciadas del PIB, las recuperaciones también fueron rápidas e intensas. La crisis de 2001 no fue la excepción: en 2002 el PIB cayó 11% (acumulando una caída del 20% respecto al pico de 1998) que lo recuperó en menos de un año y en 2005 ya había retomado el PIB de mediados de 1998. Fue todo un récord: nunca antes ninguna economía emergente había caída tanto y recuperado en tan corto plazo, superando las experiencias de las crisis asiáticas de mediados de los '90.

¿Puede Grecia confiar en nuestra experiencia para “patear el tablero”? Sostengo que no. Si bien hubo mérito político para llevar adelante este proceso, el rebote en el crecimiento tuvo muchos condimentos que nos cayeron del cielo. ¿Será que “Dios es argentino”? Para graficar el punto, nada mejor para analizar la evolución del balance de pagos en los últimos 15 años dividiendo en dos etapas: la de la “ilusión” de 2003 al 2010 y la del “desencanto”, que va de 2011 a 2015. En la primera, la economía crecía al 9% anual sin emitir deuda mientras que en la segunda termina emitiendo deuda a no menos del 9% en dólares pero sin crecer.

Veamos. Entre 2003 y 2010, la performance macroeconómica fue notable. El formidable contexto internacional le dio un shock de términos de intercambio, una mejora en el tipo de cambio real debido a la fuerte caída del dólar a nivel global acompañado por un ciclo expansivo de la economía global. Todo esto, sumado a los avances en la producción soja, permitió un salto exportador. Las ventas externas pasaron de US$ 30.000 millones a US$ 84.000 millones y, con esto, el saldo de la cuenta corriente del balance de pagos promedió un superávit de US$ 8.000 millones que fue suficiente para financiar con creces la salida de capitales y con ello el BCRA logró acumular reservas internacionales a razón de US$ 5.000 millones anuales. Fue la etapa de la “ilusión”: parecía que habíamos superado de una vez por todas la “restricción externa” dado que el país crecía y sobraban dólares sin necesidad de endeudarse. En este contexto, la inflación ya venía dando luces amarillas: del 5% de 2003-2004, se duplicó en los dos años siguientes y en 2007 saltó al 20%, nivel del que no pudo bajar (salvo la desaceleración de 2009 producto de la crisis mundial). El problema inflacionario no fue atacado. Incluso peor, se intervino el INDEC siendo eso un golpe mortal para las expectativas.

Con un contexto internacional que empezó a complicarse, llegamos a la etapa del “desencanto”. El ciclo de dólar barato concluyó y comenzó a apreciarse gradualmente, los precios de las materias primas empezaron a caer y el crecimiento global comenzó a menguar mientras que la inflación había erosionado la ganancia de tipo de cambio real. Así las cosas, las exportaciones agotaron el ciclo expansivo, el superávit comercial se diluyó y con ello el saldo de la cuenta corriente marcó un déficit promedio de US$ 8.000 millones anuales y el BCRA perdió US$ 4.000 millones de reservas por año. El cepo generó un financiamiento “forzoso” no sólo por reducir la salida de capitales, sino por la reinversión de utilidades y financiamiento de importaciones. El desencanto mostró que la restricción externa había vuelto con la economía en estanflación. La situación se agrava porque aún está pendiente la resolución final de la reestructuración de la deuda que le permita al país lograr financiamiento genuino.

Así las cosas, la principal lección que le puede dar el país a Grecia es que una década de inflación alta es demasiado tiempo. Las consecuencias se sienten en la inversión, en el empleo y en el crecimiento. No hay soluciones mágicas ni inmediatas y cada crisis tiene su particularidad. En tiempos de crisis, no hay vencedores, sí vencidos.

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