Quien conduzca la economía argentina a partir del 10 de diciembre enfrentará un panorama comercial complejo. En primer lugar, encontrará un saldo comercial muy menguado con respecto a lo que fue en los años mozos del modelo, cuando promedió más de US$ 10.000 millones y llegó a exhibir picos de US$ 16.000 millones. Para este año, las previsiones no superan más optimistas los US$ 5.000 millones. En el acumulado del primer trimestre, el saldo apenas alcanza los US$ 168 millones. Ahora se viene el trimestre de oro, en el cual las exportaciones del complejo agroexportador generan un repunte sensible en el saldo comercial, aunque habrá que monitorear los niveles de acopio de los productores.
También encontrará una economía más cerrada. “La apertura comercial argentina pasó de 31,4% a apenas 24,6% en los últimos 10 años, acercándose al grado de apertura brasilero (21,9%) y situándose muy por debajo de países como Colombia (31%), Perú (42%) y Chile (56%)”, según el último informe de la Fundación Mediterránea.
Pero abrir la economía, como se suponer que hará el próximo Presidente, podría sumar tensión en el frente externo, explica la Fundación Mediterránea en el mismo informe: “En 2014, el déficit de la cuenta corriente del Balance de Pagos fue de 1,2 % del PIB, pero este resultado refleja precios internacionales de commodities por encima de los que se proyectan para los próximos años y un volumen de importaciones reprimido por las restricciones en el mercado de cambios y al comercio exterior (?) Suponiendo convergencia de precios internacionales a los vigentes en 2010 y normalización de la operatoria de importaciones (con lo que éstas podrían aumentar en torno a 1,7 puntos del PIB), entonces el rojo de la cuenta corriente sería más de tres veces superior al contabilizado el año pasado (asumiendo el resto de las variables constantes)”.
