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Una gestión deslucida

Un año de Kicillof al frente del MEcon

17 noviembre de 2014

(Columna de Matías Carugati, economista jefe de Management & Fit)

Axel Kicillof está a punto de cumplir un año al frente de la economía. Ingresó al Gabinete como secretario de Política Económica a fines de 2011, con Hernán Lorenzino como titular de la cartera. Desde entonces, fue acumulando poder hasta acceder al cargo de ministro de Economía el 20 de noviembre del 2013. Cohabitó con rivales dentro del Gabinete, a quienes logró eclipsar e incluso desplazar. Así se convirtió en uno de los ministros de Economía de mayor poder desde Roberto Lavagna o, más atrás en el tiempo, Domingo Cavallo.

Aunque hábil en la construcción de poder, los logros de Kicillof en materia económica dejan bastante que desear.

Desde que tomó las riendas del Ministerio, la mayoría de los indicadores se agravaron. La economía entró en una recesión de la cual no se sabe cuándo ni cómo saldrá, mientras que la inflación aumentó notablemente. El deterioro también se siente en materia fiscal y externa, al punto que las inconsistencias ponen en riesgo la estabilidad. En términos comparativos, la gestión de Kicillof es la de peor performance reciente. En sus dos mandatos, CFK puso en funciones a cinco ministros de Economía, de los cuales cuatro (Carlos Fernández, Amado Boudou, Lorenzino y Kicillof) ocuparon el cargo durante más de un año (Martín Lousteau dimitió al cabo de cinco meses).

Analizando un conjunto razonable de variables, los ministros anteriores dejaron una economía en mejor estado que la que hoy dejaría Kicillof si dimitiera a su cargo. En cuanto a crecimiento, sólo Carlos Fernández tuvo peor desempeño, aunque su período estuvo signado por la crisis internacional. Algo similar se observa en lo referido al desempleo y pobreza. En materia de precios, la inflación actual es más elevada que al término de cualquiera de las gestiones previas. La salud de las finanzas públicas también es más frágil, mientras que en el frente externo tanto el saldo comercial como el stock de reservas son menores. El estado de la economía mundial no es un atenuante, puesto que Kicillof no enfrenta una situación sustancialmente peor que sus predecesores.

Podría eximirse a Kicillof de algunos de estos resultados, aunque como ministro es el responsable final.

La devaluación de enero no fue una medida deseada por él sino promovida por el entonces presidente del BCRA, Juan Carlos Fábrega. Como resultado, la economía entró en recesión y la inflación se aceleró. Sin embargo, aún en desacuerdo el ministro no supo o no pudo actuar de forma tal de contrarrestar los efectos de la devaluación. Teniendo en cuenta la situación económica actual, ¿podría haberse tomado otro rumbo? El ejercicio contrafáctico no es fácil ni está exento de polémica, pero hay (al menos) dos cuestiones que marcaron la gestión actual: los desequilibrios económicos y la deuda impaga a los holdouts.

Resolviendo el primer asunto con un cambio de política económica y evitando el default con otra estrategia frente al litigio por la deuda bien podría haber amortiguado las tensiones cambiarias que profundizaron y extendieron la recesión. Claro que este camino implicaba riesgos y costos, pero las decisiones tomadas por el ministro de Economía tampoco estuvieron exentas de consecuencias negativas.

Vista en perspectiva, la gestión de Kicillof se caracteriza por combatir las urgencias. En los últimos doce meses, el ministro se la pasó apagando focos de incendio: las tensiones cambiarias de enero, las consecuencias de la devaluación, el litigio con los holdouts y la reaparición de los problemas cambiarios. Más que resolver los problemas de fondo que tiene la economía, Kicillof actúa sobre sus consecuencias. Hasta cierto punto es entendible, puesto que se parte de un diagnóstico distinto al del consenso de los analistas. Pero aún cuando no existieran diferencias de criterio, el Gobierno no tiene incentivos políticos para encarar un ajuste. En este sentido, “tapar los agujeros” que vayan apareciendo a causa de los desequilibrios es una estrategia válida para llegar a fines de 2015 sin una crisis económica. La duda es si sólo con eso bastará.

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