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Soluciones equivocadas

Pasa el tiempo y los problemas crecen

21 julio de 2014

(Columna de Carlos Leyba)

“Nosotros siempre encontramos la solución a nuestros problemas. Pero, lamentablemente, lo logramos después de haber ensayado muchas soluciones equivocadas”. ¿Describe este dicho yanqui nuestra experiencia en la economía?

Para responder esta pregunta, primero hay que identificar los problemas graves que nos acucian y, segundo, observar desde cuándo los venimos arrastrando. Si los problemas permanecen desde hace tiempo estamos en la etapa de las soluciones equivocadas. Los problemas que perduran en el tiempo tienen algunas propiedades que juegan en contra de la solución acertada. La primera propiedad es que cuanto más tiempo convivimos con los problemas éstos se naturalizan. Se tornan costumbre y se hacen parte del escenario vital. Esto lleva a algunos a hacerse insensibles. Que es una manera de convivir con el problema. Y a otros a utilizar la estrategia negacionista. Esa es una manera de evitar ser responsabilizados por el problema. Ninguna de esas actitudes contribuye a “encontrar la solución” porque “no hay problema”.

La segunda propiedad de los problemas de larga duración es que la permanencia genera autorreprodución. La insensibilidad colectiva, la negación, la autorreproducción y las derivas en nuevas periferias problemáticas alimentan la convicción inconfesa de que los problemas graves son imbatibles. Y por eso no se combaten integralmente. Esa convicción contribuye a que las “soluciones equivocadas” se multipliquen. Se aplican soluciones “de poda”. Cuando los problemas se “podan” se fortalecen. Las soluciones “de raíz” son muy trabajosas, pero son las únicas válidas.

Los problemas

¿Cuáles son algunos de esos problemas graves que arrastramos y crecen desde hace cuarenta años?

Primer problema grave y largo es la pobreza de diez millones de argentinos. ¿No es acaso un problema colosal? Sobre este tema acumulamos reacciones perversas. Ejemplos. Reacciones de insensibilidad de tipo 1: Carlos Menem dijo “pobres habrá siempre”. Reacciones de insensibilidad de tipo 2: la negación que implica el escandaloso dibujo estadístico del Indec que, desde 2006, trata de ocultar los problemas sociales. Desde 1974 ?con altibajos? el porcentaje de la población en condiciones de pobreza no ha dejado de crecer. Hoy ese porcentaje se ha multiplicado por seis respecto de 1974. El número de personas en esa condición en 40 años se ha multiplicado por diez. Los pobres crecieron mucho más rápido que la población. Un escándalo moral, una negación del sentido de Nación y además, mirado desde el futuro, una afectación al potencial de desarrollo, no sólo de esas personas sino del conjunto de la sociedad. Los pobres hace cuarenta años eran 800.000 y hoy diez millones.

Segundo problema grave y largo, la fuga de capitales, del excedente de los argentinos, para guarecerlo fuera del sistema financiero nacional. Según estimaciones del tributarista oficialista Jorge Gaggero, los fondos de argentinos fuera de la posibilidad de ser utilizados por el aparato productivo que lo generó se multiplicaron por cinco entre 1991 y 2012. Entre 2002 y 2012 los capitales fugados sumaron más de U$S 150.000 millones. Un monto similar al que fugó de 1991 a 2002. La fuga es vieja y crece. El stock fugado se estima en aproximadamente 170 veces más que hace 40 años. La fuga del excedente disminuye la capacidad para invertir. Y eso genera pobreza. La fuga ha “incitado”, en estos 40 años, a apelar a la solución dramáticamente equivocada de la deuda. FIDE, un órgano de pensamiento oficialista, informa que la deuda externa pública en 2013 era la misma que en 2004 (U$S 150.000 millones) como consecuencia del incremento de U$S 40.000 millones ocurrido entre 2010 y 2013. Circulo vicioso. Las soluciones de “poda” pasan por el ingreso financiero de dólares que hasta aquí siempre financió la fuga, que se agrandó al ritmo del crecimiento de la deuda externa o al ritmo de la balanza comercial favorable.

Tercer problema grave y largo, es la debilidad de la infraestructura, por ejemplo, de energía y de transporte. Nos cuesta vidas humanas y miles de millones de dólares; afecta la calidad de vida de millones de argentinos, atenta contra el balance demográfico territorial haciéndolo hiperconcentrado y erosiona la competitividad sistémica de la economía. La infraestructura ha evolucionado a la inversa de nuestras necesidades: cuando más necesitamos, menos tenemos. Sin los trenes ?que hace 40 años teníamos? tenemos que movilizar 5 veces más cosecha que hace 40 años (26 millones de toneladas en 1973 y 105 en 2013). Y si a los kilómetros de rutas disponibles los dividimos por el stock de vehículos observaremos que ese cociente se reduce con el paso del tiempo. Menos trenes y menos rutas para más carga y más vehículos. Y podemos seguir...

¿Qué hemos hecho?

Los tres problemas son graves, su duración tiene décadas y su incremento es notable. Se han intentado, se intentan soluciones, todas “de poda”. Por ejemplo, se amplían los accesos, pero no se produce una revolución del transporte público: la consecuencia es que se deberán ampliar nuevamente los accesos. Llevamos 40 años haciendo eso. Hay muchos más problemas graves y de larga duración. Pero con estos ejemplos alcanza para hacer consciencia de que estamos en la etapa de las soluciones equivocadas porque en 40 años los problemas crecieron. Estos tres problemas son sistémicos, están interrelacionados y, peor, los tres crecen con el tiempo y, por lo tanto, la “necesidad” que está detrás, de lo que llamamos “problemas”, tiene menos posibilidades de ser resuelta. Hemos practicado “soluciones equivocadas”.

¿Hubiéramos podido resolverlos o encaminar su solución? Es cierto que en estos 40 años pasaron cosas espantosas que violaron la naturaleza con la muerte de miles de jóvenes y que debilitaron profundamente la moral colectiva. La responsabilidad está, en proporciones diferentes, en la dictadura genocida, la Guerra perdida, la guerrilla urbana irracional. No hemos reparado esas heridas. Y no es demasiado aventurado señalar que justamente todas esas desgracias, esa pérdida de nada más y nada menos que de la gracia de la piedad civilizatoria, está en el fundamento de un quiebre de visiones, de dimensiones y del sentido de qué cosa es el bien común y qué cosa es el equilibrio de la Nación. Es dificil sostener que ese quiebre moral no haya tenido una influencia decisiva en la pérdida de “proyecto de Nación”. Sin ese proyecto no hay rumbo; y sin rumbo no hay vientos favorables. Y así como hemos sufrido los vientos desfavorables de las desgracias, también hemos tenido vientos favorables que, sin embargo, no nos han permitido revertir la curva negativa acumulada y, creo, a falta de un rumbo apropiado.

En estos últimos 40 años hemos ensayado aparentemente muchas “soluciones” ?tal vez siempre la misma? que, por los resultados finales que hemos señalado, todas resultaron “equivocadas”. Según el dicho popular yanqui, después de tanto error, deberíamos estar más cerca de encontrar la solución a nuestros problemas: cerca de la disminución sistemática del número de pobres, la reversión de la fuga, la mejora de la infraestructura. Nada de eso.

El vaso y las visiones

Esta visión puede ser considerada ?sin que nadie pueda refutar los datos? como la del “medio vaso vacío” o una “visión pesimista”. Hay otros que dicen ver un “medio vaso lleno” o una “visión optimista”. Estos últimos ?en general?son los que han compartido alguna de las gestiones de los últimos 40 años y que si bien se critican entre sí han compartido lo esencial de las políticas. Tal vez sin saberlo. Lo que es más grave porque la ignorancia de los que dirigen, para la sociedad, es aún más grave que el cinismo. Elegir la mirada del supuesto “medio vaso lleno” cancela la voluntad y alimenta el conformismo. Así lo demuestra que, en todos estos 40 años, ha sido común, a todas las gestiones, por ejemplo, la ausencia de política industrial en serio. La consecuencia fue la creación de empleos de baja calidad y la pobreza. Todas las reactivaciones de este tiempo han sido “construcción urbana intensiva de nivel alto”. ¿Cuál es el impacto reproductivo, de productividad, de estas estrategias? ¿Cuál la consecuencia sistémica en la organización del territorio? La deriva del excedente a la construcción, en alguna medida, es un punto de fuga.

Otro ejemplo de la “continuidad” es la apelación a la “deuda externa”, cuya moda vuelve. O, en los últimos años, con recursos genuinos se financió la fuga. La fuga es el elemento común de estos 40 años que evidencia la falta de prioridad colectiva de una política de inversiones, en una sociedad plena de recursos naturales y escasa de capital.

Otra línea de continuidad, en todos estos años, es la ausencia de políticas destinadas a construir un sistema financiero y una moneda nacional capaces de sostener una economía capitalista que, para ser tal, necesita que la innovación se financie con crédito. La ausencia de la política industrial, la apelación a la deuda externa y la continuidad de la fuga son dos ejes de la continuidad de la política. Una tercera continuidad de todos estos 40 años ha sido reactivar y “crecer” a base de transporte individual y construcción residencial. Todo eso con crisis de infraestructura vial y con la paradoja de una Ciudad de Buenos Aires que, con la misma población de hace 50 años, insta a construir megaciudades interiores como Puerto Madero. Lo que está detrás es un excedente que fuga del proceso productivo en moneda extranjera o en moneda ladrillo.

Los cultores del “medio vaso lleno”, mientras están en el poder, dicen “¿No se dan cuenta lo bien que estamos?”. Se basan en que millones de personas están mejor. Muchos de los que “están bien” no consideran necesario exigir estar mejor. Pero la cuestión verdadera es lo colectivo: todos y el futuro. Hay que responder si las mejoras de unos están asociadas a la mejora del colectivo y a la mejora del futuro. Si no es así “el medio vaso lleno” opaca a la realidad. Los problemas graves y largos que hemos señalado, que todos conocemos, no son incompatibles con el bienestar presente de muchos. Son incompatibles con el bienestar de todos y con el del futuro. La cuestión es lo colectivo. Y ahí aparecen los ejemplos de problemas graves que lo son en sí mismo y también lo son porque no tienen solución fácil ni breve en el tiempo. Sería maravilloso escuchar a los candidatos presidenciales señalar cómo atacarán, por ejemplo, estos problemas. Y como lo harán diferente si sus asesores son los mismos que, en estos 40 años, han repetido las “soluciones equivocadas”.

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