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Varios funerales de Perón

A 40 años de su muerte

27 junio de 2014

(Columna de Carlos Leyba)

Se cumplen cuarenta años de la muerte del teniente general Juan Domingo Perón, tres veces presidente (y en la última elección con más del 60% de los votos en la elección de mayor concurrencia de la historia). Aun los gobiernos nacionales peronistas, que han demostrado pasión nomencladora y monumental, no han inaugurado un monumento a su líder.

El 1° de julio de 1974, partidarios y opositores, casi sin excepción, expresaron sentimientos profundos de dolor y de pérdida. Los que no vivieron ese tiempo, la inmensa mayoría de los argentinos, no pueden imaginar la intensidad social de ese momento. Millones de argentinos, el pueblo con el sentido de pertenencia que esa palabra tiene, sufrieron esa pérdida. No todos por la pérdida en sí ?había verdaderos adversarios?, pero todos como si hubiéramos intuido que su desaparición física anunciaba la catástrofe que sobrevino.

Después de Perón atravesamos una tragedia. Su muerte no sólo fue el fin de un liderazgo de una multitud que se traduce en poder político, liderazgo hasta ahora incomparable, sino que fue la caída de una columna fundamental de una época que, en términos de desarrollo, podemos llamar de convergencia con los niveles de vida de las sociedades avanzadas.

Lo que siguió

Los liderazgos, en la vida de los pueblos, son columnas portantes de la edificación social. Lo que se llama peronismo perdió esa columna. Pero nada pudo reemplazar al peronismo como multitud que genera poder político. El peronismo sin Perón siguió siendo la multitud capaz de gestar poder político. Pero desde su muerte sin el liderazgo histórico que le imprimió su fundador.

La Argentina, que es más que el peronismo, extravió el poder político de una mayoría con liderazgo histórico. Las Coincidencias Programáticas de 1972 y el Pacto Social de 1973 son una prueba de qué cosa es liderazgo histórico. La multitud peronista, el poder político, quedaron atrapados en la mano de conductores administrativos de cosas e ideas pequeñas. La más pequeña es la idea de construir poder sin la autoridad que ejercen los estadistas. Aquello que José Ortega y Gasset llamaba la moral del grande hombre y que, en su última presidencia, Perón dejó como un legado. Herencia vacante. Ese legado tiene el hacer del verbo “concertar”. A partir de la muerte de Perón, y por cierto no sólo a causa de ella, la política, y también el peronismo en gobierno, se quedó sin ideas claras para construir, desde el Estado, una Nación.

Desde entonces la mayoría política del país ha sido conducida por el verbo “desconcertar”. Ejemplos: ¿Qué otro propósito tuvo el Rodrigazo? ¿Qué otra interpretación que “desconcertación” se puede dar a la cuestión energética desde Carlos Menem hasta nuestros días? Primero privatización y extranjerización de YPF; después “argentinización gratarola” ?de la gerencia? a manos de los Ezkenazi (“Guau”); vaciamiento sin juicio; expropiación millonaria y una puntita para abrir la cesión del negocio futuro de Vaca Muerta al capital internacional. Desconcertante.

Un poco (más) de Historia

¿Cómo era la Argentina a la muerte de Perón y por qué era así? Una parte no menor son los números de la economía. Su mérito es que ellos hablan por sí cuando las estadísticas públicas están fuera de discusión. Y este es el caso. La desocupación no alcanzaba al 3% de la Población Económica Activa; la pobreza rozaba el 4% de la población; el Coeficiente de Gini era poco más de 0,30; con estadísticas honestas y sanas los ingresos de los asalariados equivalían a la mitad de los ingresos de toda la economía; el PIB por habitante crecía ?desde hacia décadas? al mismo ritmo del de los Estados Unidos y, por último, las reservas del BCRA marcaban un récord histórico acompañado por un fuerte proceso de expansión de las exportaciones industriales. Esos datos económicos reflejaban no sólo la obra del momento, sino la consecuencia de años de transformaciones iniciadas a la salida de la Segunda Guerra Mundial y del dinamismo de la década iniciada en 1964, marcada por el crecimiento de la industria y cuyo desarrollo de la productividad alcanzó un record aún no superado.

En esos años, la Argentina construyó represas hidroeléctricas sin contar con el bono de la soja y sin la enfermedad del endeudamiento. El porqué era así es el resultado del funcionamiento del modelo económico y social, el sistema, de acumulación y de distribución, que en esos años informaba la modernidad y el progreso de la sociedad argentina. Nadie que lo haya vivido lo puede ignorar. La acción armada, minoritaria y antidemocrática, detuvo la historia de progreso de la que la tercera presidencia de Perón fue la última estación de ese tren del progreso colectivo.

Lo que fuimos y hoy no podemos

Mirar hacia atrás no es la mejor mirada. Pero es inevitable. Nos permite a la vez el análisis histórico y comparativo. Nos permite imaginar el potencial de una sociedad que antes pudo hacer lo que aún hoy es incapaz de realizar.

Las cifras de desocupación de entonces, con la mejor buena voluntad, hoy se han multiplicado por más de dos. Los resultados empeoran si tenemos en cuenta la estructura del empleo: empleo en negro, trabajo remunerado por planes sociales, alto nivel de empleo público redundante, bajo porcentaje de empleo de alta productividad. La pobreza de entonces hay que multiplicarla por siete. Evaluar las condiciones de vida, de escolaridad y los problemas de narcotráfico y marginalidad que la alimentan, nos lleva a calificaciones de resultado mucho más duras. La inequidad distributiva queda reflejada en la escandalosa concentración de la riqueza de los meganegocios generados por el Estado y entregados a la nueva megaoligarquía de los concesionarios que constituye la desopilante “nueva burguesía nacional de los servicios ?que eran públicos? y del entretenimiento que goza de las autorizaciones públicas”. Es decir, aquello que era capacidad de conducción económica del Estado, se ha convertido en usufructo de monopolios u oligopolios privados.

El resultado es que desde hace cuarenta años nuestra economía tiene un recorrido lejano al de la de Estados Unidos. Se ha incrementado la distancia entre el nivel medio de vida de aquél país y el nuestro. Ha sido una larga marcha de divergencia con los niveles de vida de las sociedades avanzadas. La muerte de Perón coincide con el inicio de estas cuatro décadas de divergencia y desconcertación. Cuarenta años con distintos personajes y discursos contradictorios. Pero con los mismos resultados. Muchos economistas atribuyen esta decadencia a la “discontinuidad” de las políticas. Mi opinión es exactamente inversa. Esta decadencia, mirando a lo que era la estructura económica y social de la Argentina a la muerte de Perón, es producto de la continuidad, para llamarla de alguna manera, del nuevo sistema social de distribución y acumulación imperante desde 1975.

El peronismo oficial

De la misma manera que los treitna años de progreso continuo, que van de 1944 a 1974, también son la consecuencia de un sistema social de distribución y acumulación realizado, con matices diferenciados y personajes y discursos contradictorios pero con las tendencias largas dominadas por las mismas corrientes de distribución y acumulación. Desde 1974 y a lo largo de cuarenta años aumentó la pobreza, bajó el salario real, disminuyó el peso de la industria, se desintegraron cadenas de valor, se primarizó la economía y hasta la dinámica de las exportaciones, mientras que la ausencia de la infraestructura compatible con el desarrollo ha establecido un freno descomunal a la productividad sistémica. Eso no es el resultado de las política macro que administran la tarea de aproximar el producto real al potencial. No.

Lo que define un sistema económico y social de distribución y acumulación, que procura la convergencia con los niveles de vida de las sociedades avanzadas, es la gestión del producto potencial y eso es concebir el núcleo de la tarea pública como un proceso de acumulación del capital productivo y el desarrollo de las cualidades de la población. La pobreza que se arrastra creciendo por cuarenta años es el prólogo al fracaso en el proceso educativo y en las cualidades de la población. ¿Qué sería el progreso sin esa condición? Las discutibles cifras del PIB, que ahora ha recalculado el Indec, revelan lo que venimos todos constatando hace años: la inversión 2004/2013 a precios corrientes fue una lágrima: 18% del PIB. Hemos perdido capital por desconcertación y hemos generado divergencia. Tras la muerte de Perón, la Argentina, sin interrupción, fue administrada por la “desconcertación” y con la filosofía de la distribución secundaria: es decir no crear trabajo con alta productividad y dignidad, sino ?en el mejor de los casos? generar compensaciones humanitarias. Además, el modelo de acumulación renunció al liderazgo del Estado; y se anegó en el cortoplacismo de la oportunidad de consumo ? el Estado fiscal consumista ? y la oligarquía de los concesionarios. ¿Una estrategia para qué?

A la muerte de Perón se enterraron varias veces sus ideas económicas de estadista y visionario. Pero no tanto por obra del antiperonismo. Basta un ejemplo reciente. Ricardo Foster, designado por CFK responsable de la “coordinación estratégica para el pensamiento nacional” declaró a Página/12: “No vengo de la línea San Martín, Rosas, Perón”. Y “de estos tres hubiera elegido a San Martín”. “A mí me interesan (Jorge Luis) Borges, (Domingo Faustino) Sarmiento, e incluso (Bernardino) Rivadavia. Me interesan los jacobinos de la Revolución de Mayo”. Reivindicación de la “línea Mayo- Caseros”. ¿Se prepara el funeral de las ideas de la cultura de Perón al cumplirse cuarenta años de su muerte? Me preocupa porque todo esto implica el adiós del peronismo oficial, por lo que representa respecto del poder, a la “concertación” y a la “convergencia”. Sin ese instrumento y ese objetivo, el crecimiento no alcanza para el desarrollo sino para los funerales del futuro.

Sin embargo cada celebración es una oportunidad a la esperanza. Que así sea.

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