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Invertir en equidad de género

Oportunidad y desafío

26 febrero de 2014

(Columna de Jorge Paz, economista, investigador del CONICET y del IELDE)

Los últimos datos disponibles en la Argentina demuestran que de cada 100 mujeres entre 25 y 59 años, 65 son activas, mientras que de cada 100 hombres en ese rango etario, 95 son activos. Se considera “activa” una persona que tiene un trabajo remunerado (ocupada) y también a la que no lo tiene pero lo busca activamente (desocupada). Lo anterior implica que en el país alrededor de 6 millones y medio de mujeres entre 25 y 59 años de edad son inactivas (no tienen trabajo ni lo buscan).

El dividendo de género. Hace no mucho tiempo se abrió un debate sobre este tema, con fuertes implicancias económicas. En 2010, estudios promovidos por el PNUD y por ONU-Mujeres (Carmen Pagés y Claudia Pires, entre otras) comenzaron a advertir acerca de los beneficios potenciales que generaría para los países de la región la incorporación al mercado laboral de las mujeres inactivas. A fines del año pasado, un grupo de economistas y demógrafos de la División de Población (CELADE) de la CEPAL (Ciro Martínez, Tim Miller y Paulo Saad) proporcionaron estimaciones consistentes acerca del impacto de este fenómeno para veinte países de América Latina. La idea que sustenta el debate y las estimaciones consiste en que la incorporación de las mujeres inactivas, y el mejoramiento de las condiciones laborales de las que ya trabajan, produciría un incremento no despreciable del Producto Interno Bruto (PIB) per cápita, contribuiría a la reducción de la pobreza y la desigualdad de ingresos y, en definitiva, a la ruptura de la transmisión intergeneracional de la pobreza y la desigualdad del bienestar. De esta manera, el aumento de la participación de las mujeres en la actividad económica se ve como una situación auspiciosa que debe ser acompañado de políticas que permitan transformar ese “dividendo” en beneficios concretos y palpables (crecimiento económico, reducción de la pobreza, etcétera).

¿En qué se basa la idea del DG? El origen del concepto de Dividendo de Género (DG) proviene de la transformación demográfica que se está produciendo en el mundo en general y en los países con menor PIB per capita en particular. La caída de la fecundidad y la reducción de la mortalidad son fenómenos que se vienen observando hace ya mucho tiempo (particularmente notorios desde fines de la segunda posguerra) y que se han consolidado. Ya he analizado en esta columna el proceso de envejecimiento demográfico que trajo consigo esta tendencia y el desencadenante positivo del crecimiento sin precedentes de la población en edad de trabajar: el llamado dividendo demográfico. Pero la caída de la fecundidad supuso asimismo una reducción considerable de las responsabilidades domésticas de cuidado, tareas tradicionalmente a cargo de las mujeres. Ese fue uno de los hechos principales que impulsó la entrada masiva de mujeres a la fuerza laboral. Para dar una idea de la magnitud de este fenómeno: en la Argentina, hacia 1980 la tasa de participación de las mujeres de todas las edades era del 27% mientras que en el 2050 sería del 65%. Este aumento, que en los países de América Latina comenzó a notarse a principios de los años '80, se había manifestado en los países centrales veinte años antes.

Crecimiento potencial vs. crecimiento real o efectivo. La incorporación de las mujeres al mercado laboral no se traducirá automáticamente en menos pobreza y crecimiento económico. Si la entrada al trabajo remunerado se produce en condiciones de inestabilidad, falta de registro, bajos salarios y en condiciones de presión (por ejemplo, como respuesta al desempleo de los hombres), la situación no redundará en un mayor bienestar para el conjunto. Es decir, el DG es eso: un dividendo que generará beneficios económicos si y sólo si la entrada al mundo laboral de las mujeres “inactivas” se produce en empleos de buena calidad y adecuada (a la productividad) remuneración. Además, no toda la remuneración percibida por las mujeres antes “inactivas” puede ser contabilizada como una ganancia para la sociedad. Según la única encuesta de uso del tiempo de la que dispone el país, la realizada en la ciudad de Buenos Aires en 2005, la “inactividad” de las mujeres es sólo aparente. Si se tuviese en cuenta el valor generado por el trabajo de atención del hogar y las tareas de cuidado, la tasa de actividad corregida sería aún más elevada que la masculina y no habría diferencias entre sexos en las horas trabajadas. Con esto, el aporte neto a la generación de valor surgiría de la diferencia entre la remuneración percibida por la mujer y el valor de lo que ella dejaría de producir para el hogar, incluidas las tareas de cuidado.

Por eso, las políticas orientadas a mejorar la condición de inserción laboral de las mujeres son claves para transformar el dividendo en mayor bienestar. Los programas de transferencias condicionadas (por ejemplo, la Asignación Universal por Hijo y Progresar) juegan un rol clave en este asunto. La mayor educación mejora la capacidad humana y contribuye por el lado de la oferta a ocupar puestos de mayor productividad, jerarquía y calidad. Por el lado de la demanda, se necesitan inversiones que generen puestos de trabajo de calidad. A la par se necesitan políticas que promuevan la flexibilidad en el lugar de trabajo, la igualdad de género en las empresas y el cumplimiento.

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