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Entre Neymar y Mantega

Brasil, ante un año importante

30 diciembre de 2013

El 2014 no va a ser año más en la historia de Brasil. La economía más grande de América Latina se prepara para superar doce meses que serán una bisagra hacia su futuro, tanto por la visibilidad internacional que despierta la Copa del Mundo como por los conflictos internos que se acumulan por el estancamiento en el ritmo de crecimiento. Si al cóctel se le agrega una dosis de conflicto político con las elecciones presidenciales de octubre, el resultado puede ser explosivo. La Argentina deberá estar atenta a leer a los cambios que se aproximan en su principal socio y vecino.

Brasil termina el año con un crecimiento del PIB estimado en cerca de 2,3%, resultado de una contracción profunda en el tercer trimestre, una industria que no termina de repuntar a pesar de la depreciación del real ? perdió un 10% frente al dólar en los últimos doce meses - y de precios de las materias primas menos vigorosos. Es decir, otro año en que la economía decepciona al crecer menos de lo se había esperado.

Las perspectivas para 2014 hablan de una expansión incluso más acotada: 2%, de acuerdo con la encuesta de economistas compilado por el Banco Central. Así, la presidenta Dilma Rousseff cerrará su mandato a fin de 2014 con una tasa de crecimiento inferior al 2,8% en cada uno de sus cuatro años de ejercicio. Un balance muy mediocre si se lo compara con sus predecesores inmediatos y con las expectativas que Brasil había creado a la salida de la gran recesión, en 2009, cuando The Economist auguraba que esta vez el país del futuro estaba realmente despegando.

El propio ministro de Economía, Guido Mantega, reconocía algunas semanas atrás que el país crece en los últimos años con “dos piernas mancas”, debido a la crisis internacional y a un insuficiente acceso al financiamiento del consumo. El Banco Central, mientras tanto, tuvo que dar marcha atrás con su agresiva estrategia de rebaja en el costo del dinero y volver a colocar las tasas en el 10% para evitar que la inflación se desbande. En Brasil, a diferencia de la experiencia reciente de la Argentina, una fuerte acelerada de los precios puede dañar electoralmente al Gobierno.

Dilma, sin embargo, ha sabido navegar estas aguas en un clima social efervescente por los escándalos de corrupción y las protestas populares que sacudieron al país a mediados de año y camina en línea directa hacia la reelección. A pesar del escaso carisma y capacidad comunicativa, la Presidenta ha logrado que su estilo firme y ejecutivo le permita recuperar parte de la popularidad perdida con la ola de protestas: su Gobierno es aprobado ahora por el 43% de los brasileños después de haberse derrumbado al 31% en julio durante el pico de los conflictos sociales. La popularidad personal de Dilma también repuntó al 56%, 12 puntos porcentuales por encima de los niveles de mitad de año, datos que deberían garantizar un pasaje electoral sin sobresaltos, particularmente porque ninguno de sus posibles rivales electorales tiene una intención de voto superior al 22%.

El problema es que 2014 será un año atípico y nada debe darse por descontado. Los próximos seis meses hasta el comienzo del Mundial, por ejemplo, van a exponer al Gobierno a un torrente de noticias negativas de toda la prensa internacional debido a los sobrecostos, atrasos y deficiente planeamiento de las obras ligadas al deporte más venerado del mundo. El Gobierno estará a la defensiva, intentando evitar que la Copa termine siendo la plataforma donde repercutan internacionalmente protestas similares a las vividas este 2013, cuando un millón de brasileños tomaron las calles. Un escenario donde Neymar & Co. no logran salir vencedores del Maracaná el 13 de julio tampoco ayudará a generar confianza.

Y a todo esto se suma el creciente resquemor del mercado con el Gobierno y la situación fiscal brasileña, con la posibilidad cierta de que las agencias de calificación internacional rebajen su calificación sobre la deuda de Brasil el año que viene. El economista Arminio Fraga advirtió hace poco que 2014 podría terminar pareciéndose a 2002, cuando los indicadores brasileños se fueron a pique antes de la asunción del presidente Lula. Mientras que las palabras de Arminio tienen que ser tomadas con pinzas dadas sus simpatías con la oposición política (fue presidente del BCB en épocas de Fernando Henrique Cardoso y está colaborando con el candidato del PSDB, Aécio Neves), las dudas de los inversores son palpables: el índice bursátil Ibovespa, por ejemplo, acumula una caída del 18% en 2013, la peor performance entre las principales bolsas del mundo. Y no es ningún secreto el desgaste que sufre entre empresarios e inversores la figura de Mantega, quien en unos meses se convertirá en el ministro de Economía más longevo de la historia de Brasil. Un récord que es resultado de la estabilidad alcanzada pero también de agotamiento de un período.

Dilma deberá sortear los nubarrones antes de llegar a buen puerto.

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