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Inflación, economía vulgar y estructura económica

Friedman, Prebisch y Heymann

05 noviembre de 2013

(Columna de Jorge A. Paz, economista, investigador del CONICET y del Instituto de Estudios Laborales y del Desarrollo Económico -IELDE- de la Universidad Nacional de Salta -UNSa-)

En una nota publicada en este semanario hace quince días, Martín Tetaz afirmaba que la relación entre la cantidad de medios de pago y los precios en la economía “es una obviedad”, y critica a los funcionarios Mercedes Marcó del Pont y Axel Kicillof por sostener que la emisión monetaria no genera inflación.

En esta nota me permito volver sobre el tema (relación emisión-inflación) y marcar claves que, a mi entender, no pueden tratarse de manera despreocupada en un tema tan importante para la Argentina actual. En primer lugar, lo de Kicillof parece más un problema metodológico que teórico. Al ejemplificar diciendo que EE.UU. cuadruplicó su base monetaria y padece riesgo de deflación, aborda el problema poniendo al final lo que debe estar primero: lo cierto es que toda inflación está acompañada de emisión (ahí, entiendo, está la “obviedad” de Tetaz), lo que no implica que toda emisión devenga necesariamente en inflación (ahí está el ejemplo de Kicillof).

En ese sentido, ambos tienen razón. Pero en ningún caso se discuten temas sustantivos, dado que el problema de fondo es si la emisión monetaria causa inflación. Ese es el elemento que divide las aguas y permite caminar por suelo seco. El monetarismo más ortodoxo sostiene que efectivamente la expansión de la base monetaria se traduce, cualquiera sea el canal, en aumento de los precios, en inflación, lo que ubica a la vez a la política monetaria en el centro de la escena y relega a un segundo plano la política fiscal (exactamente lo contrario de lo que viene a plantear el keynesianismo).

La inflación y su lugar

Ni Smith, ni Ricardo, ni Marx (ni el resto de los clásicos) se ocuparon de la inflación. Eran otras épocas (entre fines del Siglo XVII y fines del XVIII) y los problemas que devanaban los sesos de los economistas no tocaban, salvo excepciones que confirman la regla, la coyuntura. El crecimiento económico, la acumulación de capital, el crecimiento de la población y la distribución del ingreso son los temas que pueblan las páginas escritas por estos pensadores. Es forzado hacerlos hablar hoy, con nuestras interpretaciones, de las preocupaciones que provocan zozobra en la Argentina actual.

Y podría afirmarme además que ninguno de los insomnios de Keynes tuvo a la inflación como protagonista. Este autor, a diferencia de los clásicos, estaba muy preocupado de salvar al capitalismo (al decir de Joan Robinson), con lo cual la inflación aparece en sus escritos casi como el tema de la paz en los artículos científicos de Albert Einstein.

Lo anterior no implica negar que todos estos pensadores puedan iluminar la discusión y ayudarnos a pensar los problemas poniendo luz en los rincones más oscuros. En ese sentido, un foco importante es el concepto de “economía vulgar”, en el cual las apariencias, siempre superficiales, se confunden con la subyacente realidad social. Marx en una carta escrita a Kugelman en 1868 dijo: “El economista vulgar se enorgullece de reptar ante la apariencia y toma ésta por la última palabra. ¿Qué falta puede hacer entonces la ciencia?”.

La magnitud del problema

No hay duda de que la inflación es hoy en la Argentina un problema altamente prioritario sino, quizá, el más prioritario de los problemas económicos actuales. El aumento de los precios al consumidor está acusando valores superiores al 25% anual registrados en los últimos años. A pesar de la fuerte expansión del gasto público, principalmente en áreas sociales, y de la consiguiente emisión de dinero, el impacto redistributivo del aumento de los precios no es menor. De hecho, la inflación termina perjudicando a quienes son menos fuertes para defenderse contra sus embates y que, por lo general, son los sectores más desprotegidos de la sociedad.

Pero para no quedarnos en la superficie del problema deberíamos mirar otros indicadores del funcionamiento económico: a partir de 2012, el PIB dejó de crecer al ritmo que lo venía haciendo; las exportaciones se contrajeron ostensiblemente en 2009, menos de lo que lo hicieron las importaciones; la balanza comercial arroja saldos negativos difiriendo claramente con el período 2003-2007; las reservas internacionales siguieron cayendo; el desempleo dejó de disminuir en 2009 y el empleo, de aumentar y otros indicadores de bienestar (principalmente, desigualdad y pobreza) cesaron de mejorar. El desafío entonces consiste en interpretar la inflación en ese contexto general.

El dilema

El crecimiento económico argentino, como el de otras economías latinoamericanas, está estrechamente vinculado al curso que sigue el comercio internacional, principalmente las exportaciones. Es más, podría decirse que el límite del crecimiento de estas economías está dado por su capacidad exportadora, lo que se constituye en una fuente importante de vulnerabilidad e inestabilidad interna. Así, cuando las exportaciones aumentan, aumenta el PIB y también las importaciones que pueden costearse con las divisas generadas por ellas. Por el contrario, cuando las exportaciones se contraen, se hace imposible mantener tanto el nivel de las importaciones como el ingreso (PIB) alcanzado en la faz expansiva del ciclo.

En un artículo publicado en 1961, el economista argentino Raúl Prebisch planteaba el dilema al cual se enfrenta la política económica en países cuyo crecimiento depende crucialmente de la situación de la demanda externa. El desequilibrio generado por la contracción de las exportaciones podía así ser enfrentado de dos maneras: a) sin emisión y sin inflación (o con inflación baja), contrayendo la actividad económica y restableciendo el equilibrio a un nivel de ingreso menor, o b) con la expansión del crédito, cuyo objetivo es contrarrestar la contracción de la economía o, al menos, disminuir su severidad, mediante un impulso de la demanda agregada. Esta última estrategia requiere, claramente, la expansión de la base monetaria, la que iría acompañada de inflación.

Puede quizá completarse esta pintura con los componentes propios de la puja distributiva. Si los precios se determinan a partir de los precios de los factores de producción, los aumentos del salario nominal acordados por los sectores para protegerse de la inflación, impactarían sobre un conjunto de variables que terminarían provocando aumentos de precios y alimentando la espiral ascendente. Viene bien para concluir, esta recomendación: releer los textos clásicos de autores que se ocuparon efectivamente de analizar el fenómeno.

Así, un texto de Daniel Heymann, que viene al caso, nos recuerda dos puntos cruciales: a) “?una vez que la inflación toma impulso parece difícil que se le pueda atribuir una causa bien definida”, y b) “?una inflación aguda aparece como un síntoma de un problema de funcionamiento social”. Con lo cual queda claro que una aspirina por día a veces no es suficiente.

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