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31 mayo de 2013

(Columna de Juan Matías De Lucchi, magíster en Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro e investigador del CEFID-AR)

El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) acaba de desilusionar una vez más a aquellos que creen que alterando precios relativos se resuelven los problemas del crecimiento. El peor indicador lo reportó el sector industrial: durante el primer trimestre de 2013 su producto cayó 1,4% respecto al mismo trimestre de 2012. Por otro lado, el PIB creció 1,9% respecto al año anterior, y 0,6% respecto al trimestre anterior, es decir, muy por debajo de las expectativas. Tambien es cierto que la inversión aumentó 3% en términos interanuales. En realidad, estos datos no deberían sorprender sino, más bien, confirmar una tendencia general que comienza en 2011. Brasil creció 7,5% en 2010, 2,4% en 2011 y 0,8% en 2012.

El oficialismo ha responsabilizado por la desaceleración a la crisis mundial y a la supuesta “guerra cambiaria” impulsada por las economías desarrolladas. Sin embargo, esta visión no parece ser convincente desde el momento en que el Gobierno comenzó recortar gasto público como una forma de compensar el “expansionismo” monetario. La reducción de la tasa básica de interés (Selic) tuvo como objetivo desacelerar la apreciación cambiaria real y hasta provocar una devaluación real a partir del último trimestre de 2012.

Como se observa en el gráfico (promedios móviles 4 períodos), las aceleraciones de la tasa de devaluación real (o las desaceleraciones de las apreciaciones reales) no aceleran el crecimiento (o desaceleran el decrecimiento) de las exportaciones netas, o del saldo comercial, sino más bien lo contrario. En realidad, las exportaciones netas reaccionan a estímulos de demanda y sólo marginalmente a reducciones de costos. Las exportaciones dependen de la demanda mundial y las importaciones de la demanda interna. Por eso, resulta difícil responsabilizar a la crisis mundial cuando las importaciones se desaceleran (o caen) más rápido que las exportaciones, y cuando estas últimas sólo representan el 11% del PIB.

La estrategia oficial

El gobierno brasileño intenta ensayar sin éxito una suerte de “neodesarrollismo”, esto es, un modelo basado en metas de superávit fiscal, devaluación real y rentabilidad empresarial “subsidiada”. Pero el optimismo de las elasticidades se desvanece. De la famosa tapa del The Economist, “Brazil takes off”, se ha pasado a la reciente columna crítica del Financial Times, la cual sostiene que “la sensación de bienestar en Brasil es una fachada”. Los argumentos del periódico británico son bastante fundados: Brasil crece por debajo de Japón y la tasa de inversión (18%) está bien por debajo del promedio regional (24%).

A propósito de este tema mediático, en un debate televisivo de la cadena Globo News, el economista Samuel Pessôa, de Ibre/FGV, afirmó con crudeza que los medios extranjeros no entienden que “la prioridad de la sociedad brasileña no es el crecimiento económico, sino la equidad. Brasil no crece porque no quiere”. Qué ironía, viniendo de un partidario del ajuste fiscal. Pero quizás pocas frases puedan ilustrar mejor el pensamiento de la élite brasileña. Mencionar la “equidad”, como un saludo a la bandera, mientras se impulsa la contracción fiscal recortando la inversión pública.

Brasil también no crece porque para el Comité de Política Monetaria (Copom) la inflación refleja desequilibrios en el mercado de bienes y servicios; difícil de entender en una economía que se aleja cada vez más de su producto potencial: la capacidad está subutilizada y nadie puede tomar seriamente la idea de que hay “pleno empleo”. La inflación brasileña es razonable, dados los precios internacionales y las presiones de costos que ejercen las devaluaciones. Sin embargo, ante este escenario, lejos del “milagro brasileño”, los empresarios no parecen estar disconformes porque, aún no creciendo, mantienen su rentabilidad y participación en el ingreso nacional a través de importantes transferencias fiscales como las desgravaciones impositivas o los pagos en concepto de intereses de la deuda pública.

Naturalmente, el mainstream tiene otra lectura: la baja inversión privada estaría causada por la falta de ahorro, que se reflejaría en el endeudamiento de las familias (44% de la renta familiar). De allí viene la idea de que el ahorro externo viene a compensar la “fiesta del consumo” interno. Veamos.

Números y realidades

Por un lado, la entrada neta de capitales de corto responde a una decisión de política monetaria (de acumulación de reservas internacionales, hoy alrededor de US$ 380.000 millones) en un contexto de gran liquidez internacional y amplio espacio externo, inicialmente impulsado por la mejora en los términos de intercambio. Por otro lado, el endeudamiento privado está lejos de tornarse insustentable. Si los bancos públicos abandonasen la política anticíclica, las perspectivas económicas podrían empeorarse aún más.

Es importante resaltar la experiencia brasileña en este aspecto. El aumento de la participación de los bancos públicos comerciales, tanto para el crédito al consumo como hipotecario, mostró una gran eficacia en la reducción de los spreads bancarios de todo el sistema (lo que no quiere decir que crédito sea “barato”). En resumen, la magra inversión privada no responde ni a la falta de ahorro interno ni a un achicamiento del margen externo, sino a una reducción de los componentes autónomos de la demanda agregada, donde la política fiscal parece ser determinante. Hoy, más que nunca, Brasil está lejos de presentar problemas de balanza de pagos y no es justificable su desempeño económico.

Asimismo, no es consistente el discurso internacional de Brasil con su política económica domestica y regional. Si efectivamente quiere participar en la toma de decisiones internacionales debería tener, en principio, un sólido compromiso con el crecimiento económico regional.

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