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El desafío demográfico

Un problema que está muy cerca

26 abril de 2013

(Columna de Jorge Paz, economista, investigador del CONICET y director del IELDE)

La Argentina, 31 de diciembre del año 2050. Una familia tipo cenando. El matrimonio, 45 años él, 40 ella; un hijo (10) y sus abuelos: los padres de él (65 y 64) y los padres de ella (62 y 60). Una foto quizá diferente de la que podríamos haber captado de una familia tipo 100 años antes, esto es, el 31 de diciembre de 1950. Los adultos mayores probablemente ya habrían fallecido y el matrimonio, formado mucho antes, hubiera tenido, no uno, sino 3 o 4 hijos, algunos de los cuales podría ya haber sido padre o madre. Así, no resulta un dislate imaginar una familia tipo en 1950 compuesta por el matrimonio (45 y 40), 3 hijos de 25, 23 y 21 años de edad y dos nietos de 8 y 6 años. Con el ejemplo del párrafo anterior y con una simple operación, podemos presentar un fenómeno interesante. La edad promedio de la familia tipo de 1950 es de 24 años, mientras que la de 2050 es de 49 años.

Esa transformación, ese aumento de la edad promedio de la población, es la que se está registrando en todo el mundo. Ocurre que la gente vive hoy más que antes y, lo que es más importante aún, tiene menos hijos. Una célebre frase del demógrafo americano Paul Demeny describe magistralmente este cambio: “En sociedades tradicionales, la fecundidad y la mortalidad son altas; en las sociedades modernas, la mortalidad y la fecundidad son bajas, en el medio la transición demográfica”. Justamente, la prolongación de la esperanza de vida y la caída en el número de hijos tenidos por las parejas provocaron el fenómeno llamado envejecimiento demográfico.

El envejecimiento en números

Veamos algunos casos concretos y reales: la edad promedio de la población argentina era en 1950 de 26 años y se estima que en el 2100 será de 46 años. Otros países desarrollados como Japón o Islandia, por ejemplo, registran hoy edades medias de 45 y 35 años, respectivamente, frente a una Argentina actual con 30 años promedio. Otra manera de ver el mismo tema: los mayores de 59 años, habitualmente considerados “adultos mayores”, representarán en 2050 más del 22% de la población mundial, mientras que un siglo antes dicha cifra se situaba en 6%.

Además, aumentará también la proporción de los más ancianos. En 1950, la población de 80 años equivalía al 0,4% de la población de América Latina y el Caribe (ALC), mientras que en 2050 se estima que llegará a más del 4%. Pero a diferencia de los demás países del mundo, los países menos desarrollados envejecen mucho más rápidamente. Por ejemplo, en menos de 30 años, ALC envejecerá tanto como los países del Norte de América y de Europa lo hicieron en más de un siglo.

(Algunas) consecuencias

Para los expertos en envejecimiento no es correcto hablar del “problema” y sí del “desafío” que impone esta tendencia mundial. Los adultos mayores que se retiran de la actividad a los 60 o 65 años vivirán 15, 20 o 25 años más. Esto es bueno y promisorio, pero el reto en sí consiste en que este proceso será acompañado de un stock cada vez menor de adultos activos, reducido por la menor fecundidad de las nuevas generaciones. Por ejemplo, de continuar el ritmo al que se viene produciendo las transformaciones recientes, la cantidad de adultos mayores en ALC habrá pasado de 11 de cada 100 activos en 1950 a 39 de cada 100 activos en 2050.

Estas tendencias se combinan con una esperanza de vida más prolongada y con una tasa de actividad que decrecerá del 40% observado en 1950 al 18% estimado para 2050. Además, es claro que al nivel de grandes números, las personas mayores ahorran menos, gastan más y lo hacen todavía más en determinados rubros como la salud, por ejemplo.

Esto pone en alerta rojo el financiamiento de la inversión y advierte acerca de las crecientes necesidades de un sistema de salud muy caro, centrado principalmente en enfermedades no transmisibles (como cardiovasculares y cáncer) que requieren del tercer nivel de atención.

Viejos, pobres y desiguales

En países con altos niveles de pobreza, desigualdad de activos e informalidad laboral y donde además los hábitos de vida (como el tabaquismo, por ejemplo) tardan en modificarse, el estado de salud de los adultos mayores no es el mejor de los posibles. La región en general (ALC) y la Argentina en particular, se enfrenta así con una generación de adultos mayores que lejos está de parecerse a la que componen hoy los baby boomers de los Estados Unidos, adinerados y con un estado de salud satisfactorio. Los adultos mayores en nuestros países seguramente necesitarán más que en los países desarrollados de una fuerte ayuda del Estado; esto es, más protección social.

Esto a la vez implica un elevado nivel de gasto público, que deberá ser financiado con una base de contribuyentes cada vez más pequeña. Una posibilidad concreta de política pública orientada a hacer frente a este desafío es el de aumentar la productividad de las cada vez más pequeñas cohortes de la población de niños y jóvenes, invirtiendo en capital humano. En un contexto libre de pobreza y más igualitario, la menor cantidad de niños por pareja posibilita un mayor gasto por niño en nutrición, educación y salud.

Esto podría hacer que las generaciones de contribuyentes sean más productivas y puedan sostener adecuadamente a los retos que plantea el envejecimiento.

Es un hecho innegable por la evidencia disponible: el envejecimiento exigirá ajustes en el sistema de seguridad social. Serán cada vez más los beneficiarios y menos los contribuyentes, lo que podría generar prestaciones más bajas o contribuciones más elevadas o ambas cosas a la vez. Pero algo se deberá hacer al respecto, porque como puede verse en el gráfico, es un problema que está muy cerca y que no podemos eludirlo de ninguna manera.

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