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Estanflación y congelación

Los desafíos detrás de los "controles"

22 febrero de 2013

(Columna de Carlos Leyba)

¿La economía está estancada? Antonio Caló, secretario de la CGT oficialista, así lo afirmó. Sin embargo, en los últimos meses el nivel de actividad mejoró respecto de la primera mitad del año pasado. Pero el empleo no acusa un ritmo atrayente; y el Índice de Demanda Laboral (UTDT) está en los niveles más bajos de la serie. La actividad está próxima a lo que Caló llamó estancamiento. Hay en marcha una leve expansión; pero el nivel de actividad y empleo nos informan de una máquina, por ahora, medio parada. ¿La inflación llegará al 33%? Eso es lo que dicen las expectativas de inflación de la población encuestada por la UTDT. Si bien ninguna estimación de la inflación presente alcanzó esos niveles, a enero de 2013, las estimaciones ? con la sola excepción del INDEC ?anunciaban una cierta aceleración.

Estamos en una economía inflacionaria. Empieza 2013 con desaceleración o estancamiento de la economía; problemas de empleo y continuidad de una tasa de inflación elevada. Es un escenario nuevo para el proceso iniciado después del abandono de la convertibilidad y la devaluación. Nunca los que hoy conducen la política económica tuvieron un escenario así de problemático. Veamos. La inflación tiene muchos años. Comenzó en 2005 cuando la tasa de crecimiento de los precios duplicó a la de 2004. El impacto de la pobreza, en la que estaba más de la mitad de la población en 2002, había neutralizado los efectos inflacionarios de la devaluación.

Pero, justamente, a medida que la pobreza se reducía y el empleo aumentaba, la presión sobre una oferta estacionada reflejó, en 2005, el comienzo de un proceso inflacionario. Un mal menor ante tasas de desempleo y pobreza antes inimaginables. Las señales Esa inflación convivía con superávit fiscal y externo y con una política monetaria en manos conservadoras. La gestión K decidió no atacar el núcleo del problema que, era y es, la ausencia de un proceso de inversión reproductiva. Primero, ignoró la inflación.

Después, con Guillermo Moreno, decidió “conversar” los precios de a uno. Pero a pesar de la fallida estrategia disuasoria, que utilizó los índices oficiales de precios como herramienta, las expectativas fueron siempre crecientes; y la inversión reproductiva ausente. La inflación es vieja y, como tal, acumula desequilibrios que ?por ejemplo ? la política de subsidios no alcanzó a superar. Lo nuevo es la desaceleración, o estancamiento, en el nivel de actividad y del empleo. Las estadísticas del Ministerio de Economía informan que mientras el volumen físico de la producción industrial, desde 2002 hasta la mitad de 2012, creció 160%, la capacidad disponible aumentó 70%.

A la desaceleración o estancamiento, hay que agregarle la demora del proceso de ampliación de la capacidad en la industria. Y este se suma a las debilidades, reconocidas por el Gobierno, de la infraestructura energética y de transporte. La competitividad dura está afectada y no es modificable en poco tiempo. Inversión reproductiva y de infraestructura demoradas respecto del nivel de actividad alcanzado; desaceleración o estancamiento de la actividad heredados de 2012 y fuerte presión inflacionaria.

Esto es un telón de fondo “estanflacionario”. Sobre el escenario hay otros elementos: retraso cambiario; brecha entre el paralelo y el oficial; problemas de financiamiento en todas las jurisdicciones; fuerte expansión monetaria y ?en compensación ? restricciones a la importación que generan un saldo de comercio extraordinario. Estos elementos, por una parte, condicionan negativamente al sector de la actividad inmobiliaria; limitan la política de expansión pública y afectan el nivel de actividad y, por la otra, están induciendo una cierta sustitución de importaciones por producción local.

No es todo lo que está sobre el escenario que condiciona el futuro y que enmarca las decisiones del sector público y privado. Pero es suficiente para describir la complejidad del momento. Para completar el cuadro debemos mencionar lo que está por entrar a escena. Primero, la producción generosa del sector primario, esta vez, agro y minería; segundo, los compradores brasileños, si es que la recuperación esperada efectivamente se produce y, tercero, la entrada próxima de las demandas sindicales que, más o menos, reclaman 25% de aumento y, además, políticas públicas para preservar el valor real de los salarios convencionados y para preservar el nivel de empleo. El sindicalismo, el sector social con la mirada más global y abarcadora, Caló y Hugo Moyano reclaman “salir del escenario de estanflación”.

Nadie más urgido que el Gobierno para lograrlo en un año electoral.

¿Y la inflación?

Estamos en una situación nueva y excepcional. Como todos sabemos, bajar la inflación cuando hay crecimiento o hacer crecer la economía con precios estabilizados no es demasiado complejo. Pero salir de la inflación medianamente alta con una economía medianamente estancada es un desafío bastante más complejo que, aún para la ortodoxia, obliga a emplear “métodos no convencionales”.

Al respecto Hugh Rockoff, luego de su investigación “Drastic Measures: A History of Wage and Price Controls in the United States” (Cambridge University Press, 1984) concluye en que “hay un rol para controles en ciertas emergencias inflacionarias” y que, en ciertas condiciones, los controles ofrecen ventajas significativas por sobre la exclusiva dependencia de las políticas monetarias y fiscales. Obvio. Pero los controles, aptos para situaciones complejas, no son mágicos. Exigen rigor en el marco teórico y buena práctica. Sobran ejemplos de éxito en la historia económica mundial, a pesar de la facilidad frívola con que, en estos días, se señalan los fracasos, que también los hay. Como decía John K. Galbraith respecto de los controles de precios, no se debe confundir “abandonar” con “fracasar”. Cuando los controles se abandonan, se abandonan. Y eso no es un fracaso, sino un cambio de política.

El Gobierno, al reconocer por primera vez públicamente a la inflación, decidió enfrentar esta situación excepcional. Lo hizo congelando precios por 60 días y acelerando el proceso devaluatorio hacia 6 pesos a fin de año. Es decir, sustituyó el ancla cambiaria por el congelamiento temporario. En primer lugar, la congelación se trata de una estrategia disuasoria para los planteos de incrementos salariales al 25%, con la finalidad de reducirlos o diluirlos en el tiempo. En segundo lugar, es un intento de disminuir las expectativas inflacionarias. El tercer aspecto es la congelación como requisito para lograr efectos reales de las políticas expansivas que se tramitan hoy en materia de gasto público (transporte, municipios, etcétera).

Expectativas

De aquí a 45 días tendremos la respuesta sobre los convenios: ¿se firmarán a una media de 20? Y también sobre la medición de las expectativas, que son independientes del eventual éxito de la congelación. ¿Bajarán de 33 a 20? Pero para la “estanflación” no tendremos respuesta inmediata. ¿Una congelación por 60 días es una plataforma apta para evitar que los esfuerzos de demanda no se diluyan en precios y permitan salir del estancamiento sin inflación?

No hay manera de imaginar una respuesta positiva para esta pregunta. El día 61 se producirá la definición acerca del abandono o la continuidad del congelamiento. Todos sabemos lo que podría significar el abandono. Pero es más difícil imaginar como sería la continuidad. También para el Gobierno. Los 60 días, entonces, tienen más entidad como tregua para pensar que como política para conducir. Lo mejor que nos puede pasar es que, en estos 45 días que restan, se articule un programa que contemple todos los elementos que pusimos en el escenario y que, fundamentalmente, termine por aceptar que el problema principal de esta década es la falta de inversión reproductiva y la ausencia de una estrategia inversora para el país.

La congelación puede ser una herramienta exitosa. Pero no es una herramienta de largo plazo. Nada dura eternamente en el freezer. Y esta cuasi estanflación, o como se la quiera llamar, es una enfermedad de largo plazo. Un mal diagnóstico sólo por casualidad genera una medicina apropiada. ¿Habrá talento para la casualidad?

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