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Africa...

... ¿la China del Siglo XXI?

28 septiembre de 2012

Instalado en el mapa mundial como un escenario habitual de pobreza extrema, conflictos armados, catástrofes humanitarias y atraso, el continente africano suele mostrar indicadores alarmantes también en el universo laboral. De sus 382 millones de trabajadores, sólo 107 millones cuentan con un empleo registrado, en tanto que 241 millones sobreviven en condiciones precarias, ya sea en la agricultura de subsistencia o en diversas actividades cuentapropistas, sin cobertura médica, ni vacaciones ni ningún tipo de beneficio social. Esto explica, en buena medida, que la tasa de desempleo sea relativamente baja, de apenas 9%, puesto que pocos africanos pueden permitirse el “lujo” de permanecer inactivos.

Sin embargo, la última década ha sentado las bases económicas para una transformación. En el período 2000-2010, Africa ha registrado un crecimiento promedio del 5,1% anual (sólo superado por China y la India) que la coloca por delante del próspero Medio Oriente (4,5%) y de la prometedora América Latina (3,7%). Más significativo aún es el dato de que la expansión no vino sólo de la mano de los precios de los commodities, sino que recibió un impulso decisivo de la industria y los servicios (sobre todo, el comercio, la banca, el transporte y las comunicaciones).

Como consecuencia de esto, está emergiendo de la pobreza una nueva clase media, con recursos suficientes como para gastar más de la mitad de sus ingresos en consumos destinados a algo más que cubrir necesidades elementales. Suman ya 90 millones los hogares africanos que se encuentran en este segmento, de los cuales una tercera parte se incorporó a las filas de los consumidores en la última década.

Multitud de promesas

Este cambio de panorama ha llamado la atención de los especialistas del McKinsey Global Institute, la unidad de investigación de la famosa consultora, permanentemente atenta al surgimiento de oportunidades de negocios en el ámbito global. El informe elaborado por McKinsey ofrece múltiples indicadores del futuro desarrollo africano que prometen colocar a la región bajo una nueva perspectiva.

Desde ahora y hasta 2020, se incorporarán a la fuerza laboral de la región 122 millones de trabajadores (más que en ninguna otra parte del mundo), lo que llevará el total a algo más de 500 millones, una cifra sólo inferior a las que exhiben los dos colosos asiáticos. Y en 2035, Africa contará con la población trabajadora más numerosa del mundo, por delante, incluso, de China y la India.

Durante la próxima década, el continente podría generar entre 54 y 72 millones de nuevos empleos en blanco, concentrados, sobre todo, en el sector manufacturero, la agricultura, el comercio y los servicios turísticos. Esto permitiría llevar la proporción de trabajadores registrados a 32 o 36% del total. En los países más avanzados de la región, como Egipto, Sudáfrica y Marruecos, la cantidad de nuevos puestos de trabajo en blanco podría crecer más aceleradamente que el ingreso de nuevos trabajadores.

La situación educacional de los africanos ha mejorado sustancialmente. Diez años atrás, menos de un tercio había completado estudios secundarios o terciarios, pero al concluir esta década casi la mitad (48%) contará con ese nivel de formación.

Asignaturas pendientes

Los autores del informe no dejan de advertir, sin embargo, sobre el lado oscuro de esta perspectiva. Uno de los factores que pone bajo amenaza el proceso de cambio es la extrema desigualdad en la distribución del ingreso, un rasgo histórico del continente que, a pesar del progreso en otras áreas, sigue representando una carga pesada de llevar. Según estadísticas del Banco Mundial, en 32 de los 43 países de la región el cociente de Gini (la medida más aceptada del grado de disparidad de ingresos en una población) es más elevado que la media global. Y el problema, que tiende a atenuarse en la mitad de las naciones africanas, no hace más que agravarse en la otra mitad.

Por otro lado, el indiscutible crecimiento económico puede resultar un signo engañoso a la hora de evaluar el futuro del empleo. La región vive, sobre todo, de sus riquezas naturales: el petróleo, el gas y la minería aportan los recursos vitales para las economías, pero generan menos del 1% de los puestos de trabajo. Aquí se requiere, por lo tanto, una acción decidida y persistente del sector público para promover actividades generadoras de puestos de trabajo. Algo de esto se ha visto, por ejemplo, en el floreciente sector de producción de autopartes en Marruecos y en las industrias textiles de Lesotho.

Por el lado positivo, sin embargo, las tendencias demográficas favorecen a la población africana en un aspecto esencial: la llamada “tasa de dependencia”, que mide la cantidad de niños y ancianos que debe tener a su cargo cada persona adulta, es ahora la más alta del mundo, pero dentro de un cuarto de siglo descenderá a niveles comparables con el mundo desarrollado.

Luces y sombras

Claro que todas estas cifras adolecen del defecto que caracteriza a los índices regionales: ocultan diferencias tan significativas que pueden relativizar la importancia del cuadro general. Los 54 países africanos analizados en este estudio presentan situaciones tan disímiles que los investigadores optaron por dividirlos en cuatro categorías: economías tan atrasadas que todavía no llegaron a la etapa de la transición, aquellas que se encuentran actualmente en medio de un proceso de cambio, las que ya lo completaron y se han diversificado y, por último, los productores de petróleo.

Las disparidades en los resultados, vistas desde esta perspectiva, se tornan, así, abismales. Para tomar un ejemplo, el índice de empleo remunerado y registrado en las naciones que aún no comenzaron el período de transición, como Etiopía, Malí y la República Democrática del Congo, es de apenas 9%. En cambio, trepa a 61% en las economías diversificadas, como Marruecos, Egipto y Sudáfrica. Los contrastes también son pronunciados si se examinan las cifras de cada sector de actividad. La agricultura es, por lejos, la principal fuente de trabajo: allí se encuentra casi la mitad de la población activa (49%). Pero es también una de las áreas más atrasadas en materia de estabilidad laboral, si se considera que apenas genera uno de cada cinco (22%) puestos de empleo en blanco.

El sector público (incluyendo los servicios de salud y las escuelas) muestra la situación inversa: da trabajo a sólo el 11%, pero aporta el 30% de los empleos registrados. Algo parecido sucede con la industria manufacturera, donde trabaja apenas el 7% pero contribuye con el 13% de los empleos en blanco.

El estudio de McKinsey prevé que en los años que faltan para concluir esta década se crearán en Africa 54 millones de fuentes de empleo estable, con lo cual la proporción de trabajadores en blanco trepará del actual 28% a 32%. En este proceso será crucial el aporte del sector público, que aportará una tercera parte de estos nuevos puestos de trabajo en blanco. El comercio, la industria y la agricultura podrían aportar alrededor de un 15% cada uno. En el caso del sector rural, la creación de empleo estable podría acelerarse considerablemente si se acelera la tendencia a desarrollar cultivos en gran escala en tierras inexploradas y a reemplazar las explotaciones de bajo rendimiento por otras más modernas y de mayor valor agregado, como la producción frutihortícola y los biocombustibles.

En cuanto a la todavía endeble actividad industrial (que suele contribuir con poco más del 10% al PIB de los países de la región), los autores de la investigación subrayan que los estados africanos no han sabido sacar ventaja, como los asiáticos, del bajo costo de su mano de obra para crear centros manufactureros competitivos a nivel mundial. Tampoco se ha explotado el potencial de las economías basadas en el agro para promover industrias relacionadas con los alimentos. En el caso de los exportadores de petróleo, hay mucho camino por recorrer para abastecer con producción propia a sus mercados internos en expansión. Y en el área del comercio, la actividad sigue relegada a la informalidad y la baja productividad, a pesar de su saludable ritmo de expansión.

Un dato curioso, citado en la investigación, es el de Níger, una economía beneficiada por la renta petrolera y con una población de casi 20 millones de habitantes. Sin embargo, apenas se contabilizan seis grandes centros comerciales en todo el país.

Recuadro: Las principales barreras

Luego de entrevistar a algo más 1.300 empresarios y ejecutivos en cinco países de la región (Egipto, Kenia, Nigeria, Senegal y Sudáfrica), los investigadores de McKinsey lograron identificar los mayores obstáculos para el crecimiento de la actividad privada y la generación de empleo en Africa.

La absoluta mayoría (55%) de los hombres de negocios apuntó a la situación macroeconómica y 40% citó la inestabilidad política como causas importante de la renuencia invertir en la región. La cuestión puede parecer una paradoja, si se considera el parejo crecimiento económico de la última década, pero es evidente que persisten los temores acerca del potencial surgimiento de crisis, retracción de la demanda y una inflación de efectos devastadores.

En materia política, es obvio que la reciente ola de levantamientos populares en países como Egipto contribuyó a enfriar el entusiasmo de los empresarios. Y el tercer factor citado con más frecuencia como un freno al crecimiento es la escasez de financiamiento, que señaló uno de cada tres entrevistados. Las fallas y carencias en materia de infraestructura (sobre todo, electricidad y transporte) ocupan el cuarto lugar entre los aspectos negativos.

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