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Dilma y el milagro 1950-1980

Los desafíos para tener otro milagro.

11 julio de 2012

(Columna de opinión de Ramiro Albrieu, economista e investigador del CEDES)

En las tres décadas que van de 1950 a 1980 Brasil ocupó un lugar privilegiado entre los países de más alto crecimiento del PIB per capita, igualando el desempeño de los países europeos que se encontraban en reconstrucción luego de la Segunda Guerra. La economía creció en forma ininterrumpida desde 1948 a 1980 y el PBI per capita relativo a Estados Unidos pasó del 17% al 27% en dicho período, en un proceso de convergencia que fue superado apenas por muy pocos países, Corea fue uno de ellos. Sin embargo, desde 1980 en adelante el desempeño macroeconómico fue más bien decepcionante: el crecimiento se estancó y el país comenzó a perder posiciones en el concierto de las naciones. La divergencia fue marcada a lo largo de la década perdida, pero el crecimiento posterior fue tan débil que no alcanzó para retomar el camino de la convergencia. Como resultados de todos esto, hoy el PIB per capita relativo con Estados Unidos apenas supera el 20%.

La historia comienza algo arbitrariamente, en los cincuenta, con el segundo período presidencial de Getulio Vargas y el primero y único de Juscelino Kubitschek. ¿Qué pasó en los años siguientes? Brasil fue exitoso en aquello que otros de la región fracasaron: no sólo sustituyó importaciones, sino también diversificó dramáticamente sus exportaciones reduciendo el peso de productos típicos (como el café) y aumentando el peso de las manufacturas. La industrialización brasileña de aquellas décadas constituyó de hecho uno de los principales “milagros económicos” de la segunda mitad del Siglo XX, junto con Japón, Corea y, más recientemente, China. Listar las condiciones que generaron el milagro brasileño es imposible ?el mote místico no es casual?. Sin embargo, hay tres factores que fueron determinantes: la dinámica de altas tasas de ahorro e inversión (ambas con promedios por encima de 20%), la promoción de la inversión extranjera directa (y con ello la adopción de nuevas tecnologías) y ?a partir de mediados de los sesenta? la aceleración en las exportaciones.

No parece casual, entonces, que el gobierno de Dilma Rousseff no esté conforme con un statu quo de las políticas de Lula. En la última década la tasa de inversión promedió 17,5%, y el déficit de cuenta corriente 0,6%, de manera que el ahorro interno se aproximó a 17% del PIB. La inversión extranjera directa creció en relación a los noventa, pero la cuenta de capital fue dominada por los flujos financieros y el carry trade. Por último, la participación de las exportaciones en el PIB no sólo no aumentó sino que disminuyó marcadamente.

El nuevo esquema de políticas, basado en menores tasas de interés, un tipo de cambio más alto y variadas políticas de promoción de la inversión y las exportaciones, parece intentar recrear aquel círculo virtuoso del pasado. Por supuesto, la estrategia tiene sus riesgos. El primero es que el contexto internacional no es el mismo que en aquel momento, que fue denominado la Edad de Oro del capitalismo. En cambio, hoy el escenario global apunta al estancamiento y un mayor proteccionismo. El segundo es que no es fácil discernir cuáles actividades deben ser promovidas y cuáles no; en definitiva, se trata de actividades que hoy no logran competir de igual a igual en los mercados internacionales. Tercero, los controles sobre la cuenta de capital pueden terminar por desalentar la inversión extranjera directa y, por lo tanto, resentir la transferencia tecnológica. Por último, el milagro brasileño coincidió con la aceleración de la inflación, dinámica que luego del descalabro de 1994 puede ser muy difícil de transitar. Pero la apuesta está hecha.

(De la edición impresa)

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