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¿Y si probamos con un plan estratégico?

Propuesta para pensar el largo plazo.

13 diciembre de 2011

¿Qué quiso decir Cristina Fernández el miércoles cuando dijo que “nada ni nadie nos hará cambiar el rumbo”? Yo no sé, pero pensemos juntos, porque lo que nos pase los próximos años depende mucho de la respuesta. Descartemos de entrada la peor interpretación, la que sostiene que la

Presidenta tiene como norte un rumbo fijo dictado por la ideología. Este rumbo sería inmutable a pesar de cambios en las circunstancias. Implicaría poner a Cristina en la liga de los líderes mesiánicos, cuyos mandatos terminaron, en general, causando tragedias humanitarias.

A pesar de los delirios de grupos minoritarios y marginales en el kirchnerismo, el Gobierno ha dado muestras de pragmatismo. Por ejemplo, cuando ajustó el discurso y algunas políticas luego del conflicto con el campo. El “yuyo” dio paso a un ministro, Julián Domínguez, cuyos discursos con referencias a la oportunidad histórica de nuestro país, el aporte de la innovación y la tecnología a la productividad del sector y a la importancia de la agroindustria para el desarrollo del país son indistinguibles de aquellos dados por los empresarios más innovadores del sector. Y ese mismo dirigente es hoy el presidente de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Las políticas no siguieron este discurso, pero al menos no profundizaron el castigo al campo, y se amplió el reparto de recursos a las provincias a través del fondo que se creó con el 30% de la recaudación por retenciones a la soja. Si el rumbo no está fijo, quiere decir que puede cambiar.

¿Será entonces que el “nada ni nadie” en realidad quiere decir “nada ni nadie, salvo yo”? Es exagerado, pero razonable. Exagerado porque en democracia nadie decide todo solo. Perón decía que el líder decide el 50% de las cosas, y que el secreto del liderazgo está en elegir sobre cuál 50% decidir. Pero razonable, porque Cristina cuenta con más poder institucional y apoyo popular que cualquier otro presidente desde el retorno de la democracia. Ya lo dijeron todos los analistas políticos de todos los diarios, oficialistas y opositores: mayoría parlamentaria, caja, popularidad

y falta de contrapesos fuertes en la Justicia, el sector empresario y la sociedad civil. Hasta los

gremios parecen débiles frente al Gobierno.

“El rumbo soy yo, porque para eso me votó el 54% del electorado” sería, entonces, lo que nos está diciendo Cristina. O en versión más amigable y realista, “el rumbo lo decido yo, en función de cómo interpreto las circunstancias”. Y las circunstancias empezaron a jugar. Néstor Kirchner tuvo en 2003 una coyuntura económica que resultó ideal: recuperación de la peor crisis de la Historia y viento de cola. Era políticamente débil y usó la economía para fortalecer su poder. Cristina hoy tiene fuerza política pero la economía se agrieta. Tendrá que usar su capital político para fortalecer la economía. Las primeras decisiones poselectorales indican que entendió que hay problemas a resolver. La paulatina eliminación de los subsidios y la creciente represión financiera apuntan a poner en orden la macroeconomía.

En el primer caso es una admisión de que la caja no es infinita y se está agotando, y en el segundo, de que las reservas corren peligro porque el combo monetario-cambiario es insostenible. No comparto la represión financiera porque no resuelve el problema de fondo, pero peor todavía

hubiera sido no hacer nada y seguir perdiendo más de 3.000 millones de dólares de reservas por

mes. El nuevo gabinete refleja continuidad, que es mejor que radicalización, como pedía Feletti. El Gobierno seguirá enfrentando los problemas como hasta ahora: uno a uno y sin visión sistémica ni de largo plazo. Se olvida el futuro y el largo plazo. ¿No será un buen momento para armar un plan estratégico dialogando con todos los sectores?

(De la edición impresa)

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