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El sinsentido del límite de endeudamiento

Eliminar el límite de endeudamiento sería la mejor estrategia a largo plazo.

29 julio de 2011

(Artículo del economista Iván Baumann Fonay)

Durante los últimos meses los Estados Unidos han estado inmersos en una especie de bloqueo político en su Congreso en torno a su límite de endeudamiento. Este valor fija el monto máximo de deuda que puede emitir el Gobierno federal de ese país y su modificación debe ser pasada por ley. Si bien las proyecciones estimaban que este máximo se tocaría el 2 de agosto, en rigor ya se había alcanzado el 16 de mayo, pero se pudo sortear gracias a “medidas extraordinarias”, una forma elegante de decir operaciones contables.

Al principio no hubo demasiado revuelo al respecto, pero a medida que la fecha se acercaba, el nerviosismo por un eventual default crecía. En realidad, quien no se preocupó demasiado por el asunto fue el mercado. Desde mayo pasado la tasa del bono del Tesoro a diez años no ha hecho más que bajar. No obstante, las consecuencias de una cesación de pagos americana serían considerables. Cabe preguntarse entonces, ¿es realmente necesario sumergir a los Estados Unidos (y al mundo) en la incertidumbre durante meses para obtener una victoria política magra?

Más allá del resultado de esta discusión, es probable que existan consecuencias. El 14 de julio pasado la calificadora de riesgo Standard & Poor's anunció en un comunicado que si bien creía que el riesgo de default por no elevar el límite de endeudamiento era “bajo pero creciente”, cualquier demora en los pagos “por más breve que sea” podría llevarla a colocar a la calificación de la deuda de ese país en “default selectivo”.

Para tener una idea de lo que eso significa, ésa es la misma categoría que la agencia le otorgó a la Argentina en la crisis de 2001-2002. Además, la calificadora también anunció que existía una posibilidad de al menos 50% de bajarle la nota al país en los siguientes noventa días en uno o más escalones. Lo que es más, siempre según Standard & Poor's, aún si el techo de endeudamiento se elevara, el acuerdo alcanzado entre los dos partidos gobernantes debería incluir un plan creíble para mejorar las dinámicas de la deuda (léase, reducir el déficit fiscal) para que la nota no sea rebajada.

No existen razones económicas para que los Estados Unidos se encuentren (tan) cerca del default. Sus bonos son la principal referencia del mercado a nivel mundial y de hecho se los considera “libres de riesgo”, título que esta indecisión política ha llevado a poner en duda, aunque sea ligeramente. Justamente, la interminable discusión en el Congreso de ese país está poniendo en riesgo la calificación, no por los fundamentals económicos sino por la poca seriedad con la que se está debatiendo el límite de endeudamiento del país. La discusión ha llevado meses y ha entrado en el terreno de lo irresponsable. Más allá de lo que la cesación de pagos pudiera significar para la economía americana, también tendría consecuencias a nivel mundial. De hecho, como cada día que se alarga el debate acrecienta las probabilidades de default (pequeñas, pero ciertas), eliminar el techo de endeudamiento de los EE.UU. sería un punto a favor de mantener (y no de bajar) su nota AAA.

Simplificando bastante, uno podría pensar que la deuda pública no es otra cosa que el producto de la acumulación en el tiempo de déficits fiscales. De aquí se desprenden dos corolarios. Primero, el límite de deuda es, en sí mismo, redundante. El Congreso ya controla indirectamente el endeudamiento público cuando debate el Presupuesto. Allí pronostica el déficit fiscal y, teniendo en cuenta los intereses, las tasas y la (des)acumulación de activos, el incremento nominal de la deuda.

El límite de endeudamiento, cuya versión “moderna” proviene de dos leyes de 1939 y 1941, era originalmente un método de control “republicano” (en el sentido estricto de la palabra) que tenía el Congreso sobre el Ejecutivo no tanto sobre el endeudamiento, sino sobre el gasto público. En ese momento la regulación que se podía ejercer sobre las erogaciones era bastante más bajo. Sin embargo, desde la conformación de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) en 1974, el control ha sido mucho más estricto.

El segundo corolario es la inconsistencia a nivel político de lo que se está debatiendo. Durante buena parte de los noventas el Gobierno federal de los Estados Unidos tuvo sus cuentas con superávit, lo cual sucedió por primera vez desde 1969. En la década pasada volvió el déficit fiscal principalmente de la mano de recortes de impuestos y del aumento en el gasto en defensa, producto de las campañas militares en las que entró ese país durante ese tiempo (Afganistán e Irak, principalmente). A cambio de la desaparición del superávit debería venir un impulso en el crecimiento de largo plazo, el cual, si existió, duró sólo tres años. Luego, por supuesto, el déficit se disparó en 2008 con el estallido de la crisis financiera internacional.

En definitiva, el límite de endeudamiento es un formalismo arcaico que ya no tiene razón de ser desde hace cuarenta años, y para lo único que ha servido desde entonces es para otorgarle al partido que domine el Congreso mayor poder de negociación (y a esta altura casi de extorsión) sobre el Ejecutivo. Eliminarlo ahorraría varios dolores de cabeza a futuro, tanto para los Estados Unidos como para el resto del mundo.

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